LOS HEREJES
La doncella se asoma a ver el campo, a interrogar
una lontananza trémula. Su mente padece la visión de los
jinetes del exterminio, descrita en las páginas del Apocalipsis
y en un comentario de estampas negras.
La voz popular decanta la lluvia de sangre y el
eclipse y advierte la similitud con las maravillas de antaño,
contemporáneas del rey Lear.
Un capitán, desabrido e insolente con su rey,
fija la tienda de campaña, de seda carmesí, en medio de
las ruinas. Los soldados, los diablos de la guerra, dejan ver el tizne
del incendio o del infierno en la tez árida y su roja pelambre.
Un arbitrista, usurpador del traje de Arlequín, los persuade a
la licencia y los abastece de monedas de similor y de papel.
La doncella aleja la muchedumbre de los enemigos,
prodigando las noches de oración. Se retiran delante de una
maleza indeleble, después de fatigarse vanamente en la apertura
de un camino. El golpe de sus hierros no encontraba asiento y se
perdía en el vacío.
José Antonio Ramos Sucre