LA AMADA
La hermosa vela y defiende mi vida desde un templo orbicular, rotonda de siete columnas.
Su voz imperiosa desciende, por mi causa, a las modulaciones del canto.
Salí confortado de su presencia, llevando, por su mandamiento, una rama de cedro.
Descendí por una vereda montuosa hasta la orilla del mar, donde se balanzaba mi esquife.
El cántico seguía sonando, ascendente y magnífico.
Paralizaba el curso de la naturaleza. Me alentó a salvar la zona de la borrasca.
El sol permaneció, horas enteras, asomado sobre la raya del horizonte.
José Antonio Ramos Sucre