GEÓRGICA
Los dolientes, portando ramos de ciprés, hollaban el camino de los sepulcros. Cantaban a una sola voz trenos lentos, de ternura íntima, extinguidos en breve espacio.
Aquellos gemidos, propagados en la oquedad, morían a la luz de un ocaso lívido. Todos vestían de lienzo blanco en la procesión ocupada de contentar los manes.
Una mujer avanzaba en medio del concurso, juntado para el aniversario de su hija, doncella muerta el pasado otoño; y lo presidía con la dignidad de un sentimiento venerable. El séquito constaba de paisanos, acudidos de los escondites de la campiña, sensibles a la memoria de la virgen finada, y dispuestos a sublimarla con los títulos de nueva deidad rural, tutelar de sus faenas.
Siguieron hasta posar en un rellano, donde algunas piedras, arrimadas a un árbol austero, defendían la fosa y componían la mesa de un altar. Dejaron el canto por el sacrificio de un animal negro, dedicado a los poderes tenebrosos, conforme a un rito inmemorial; y dos mozos gentiles tributaron las primicias de su numen, porfiando a sobresalir en las endechas.
Recordaron la hermosura de la joven, los prodigios contemporáneos de su muerte y el acto de sepultarla bajo una lluvia opaca. Todos callaron a la primera anunciación de la luna, y de su esplendor escaso, dejaron encendida una antorcha simbólica, y se dividieron y se alejaron consolados por la noche apacible.
José Antonio Ramos Sucre