LA RESIPISENCIA DE FAUSTO
Fausto quiere pacificar su curiosidad, encontrar razones con que explicar de una vez por todas el espejismo del universo. Ha solicitado la inspiración de la soledad y domina abrupta cima, teniendo debajo de sí un apretado cerco de nubes. Huella con ligereza de ave una mole de aristas resaltadas. La borrasca embiste sin tregua el paraje sublime, adecuado para la meditación del problema fundamental.
Fausto ha abandonado el estudio parsimonioso y el amor suave de Margarita, desde que trata con cierto personaje recién aportado al pueblo: un hombre de sospechosa parla, que desordena el vecindario con prestigios de invención diabólica, señalados por más de un detalle arlequinesco.
Él propone a Fausto las interrogaciones últimas, inspirándole una curiosidad descontenta y soberbia, habilitándolo con máximas feroces, enemigas de contemplaciones y respetos. Fausto lo rechaza de su trato y amistad con términos violentos, proferidos en la abrupta cima, redoblados por los ecos temerosos del precipicio; y el seductor se retira gesticulando grandiosamente y sin compás, obstinado en visajes y maniobras de truhán. Parte confiado en la germinación de su influjo malsano.
Fausto prueba a aliviar con el viaje distante, dividido en peligros y orgías, la enfermedad de aquel ideal orgulloso, infundida por la ciencia; pero encuentra la desesperanza al cabo de las nuevas emociones. Solicita las vivaces comarcas meridionales; atraviesa, menos que fugitivo, un reino tenebroso, obseso de la matanza y de la hoguera, de alma sacerdotal con vistas a la muerte, y renegado del esfuerzo y de la vida.
Pero llega finalmente a un país elíseo donde los mirtos y los laureles, criados bajo un cielo primaveral, tremolan al paso del aire melodioso y montan guardia al lado y en torno de los mármoles ejemplares y de las ruinas sempiternas. Descansa en una ciudad quimérica, de lagunas y palacios, visitada por las aves; y deja entonces la investigación desconsolada. Crédulo en la mayor veracidad de los símbolos del arte, espera dar con una explicación musical y sintética del universo.
José Antonio Ramos Sucre