FULMEN
Por los cristales viejos y manchados entra la luz a la oficina de trabajo. Viene del cielo oscuro y nublado a este sitio de orden severo y melancólico retiro. Queda suspensa, sin rozar la tierra, como una aparición beatífica.
El rayo luminoso atravesó en su viaje el aire húmedo y turbio. Parece llegar a los objetos que ilumina con fatiga de enfermo. Diríase el dardo impotente del homérico arco de Apolo. O más bien que pronostica la luz futura del sol envejecido.
Mientras luce el desleído esplendor, bulle el trabajo esforzado y afanoso. Las almas se comunican a través del pesado silencio, la atención endurece el semblante, la tarea apremia los brazos fuertes y las manos ágiles. Casi no alientan los pechos animosos.
No hay tregua para la diversión ni el pensamiento. El patrón quiere el mayor beneficio de sus máquinas. Impone a sus hombres por única actitud la espalda doblada del siervo. Guarda para ellos el recelo de un cómitre a sus galeotes.
Insta a la hosca grey sin respetar su tedio por la vida uniforme y estrecha. Irrita sus oprimidos anhelos, que alcanzan la tensión de la nube gruesa. Reta al peligro hasta que ve la muerte en la idea siniestra que exalta las lívidas frentes. Siente la consternación del viajero ante el signo grave del rayo, flagelo de áridas cimas.
José Antonio Ramos Sucre