Me adelanté el corazón,
como si fuera un reló,
hacía la hora tranquila...
Pero no vino la dicha
—la dicha estaba en su puesto
y aquel ardid era necio—,
¡ni fue el punto nunca, nunca!
—Ya la realidad, confusa,
vivía en la hora pasada
de aquella desesperanza—.
¡Con qué dolor volví atrás
tu hora, corazón sin paz!
Juan Ramón Jiménez