SONETO A DIOS
Porque me diste la palabra y pudo
ser ella en mí, oficio de invierno
en la menuda gema de mi verso
que adivino luego en reluciente escudo,
me siento tu deudora y a ti acudo
en noche y día de esplendor diverso,
hora feliz, oscuro lustro adverso,
fiel azucena o álamo desnudo.
Así me inclino como Job, paciente,
en la sumisa espera penitente
ante tu sombra que aniquila el rayo.
Fui tu diamante de inocente fuego,
y ya alma oscura, a tu piedad me entrego
en esta aurora pálida de mayo.
Juana de Ibarbourou