LA SAMARITANA
Tenía las pupilas tristes y tenebrosas
Como dos pozos secos. Y en la boca dos rosas
De fiebre v avidez.
Y dos rosas de sangre purpuraban sus pies.
Limpias muchachas rubias volvían de la fuente
Con las cánr tras llenas (le agua clara y bullente.
Y clamó él: —¡Piedad!
Pero ellas pasaron sordas a su ansiedad.
Las muchachas de piedra cantando se alejaron
Y en el aire una estela de frescura dejaron.
El gemía. Mi alma gritó entonces: —¡Piedad!
Y el grito entre mis labios se hizo clamor: —¡Piedad!
La sed era en su boca como un largo rubí.
Y yo el cántaro vivo de ni¡ cuerpo le di.
Juana de Ibarbourou