EN LA APERTURA DEL INSTITUTO MEJICANO
Luce por fin el venturoso día
Que con votos ardientes invocaban
Los amantes del bien. Sobrado tiempo
De llanto, luto y de pavor cercada
Reinó de Anáhuac en los yermos campos
Guerra feroz. La paz apetecida
Ciñe de libertad el ara santa
Con sereno esplendor, y abre Minerva
A nuestra juventud su templo sacro.
¡Día de bendición! ¡Qué dulce aurora
Vemos lucir de gozo y esperanza!
¡Con qué vivo placer miro adunados
Los alumnos ilustres de la ciencia
Para abrir a los pueblos mejicanos
La fuente del saber! Arde en sus pechos
El patriotismo, la virtud, la fuerza,
El entusiasmo férvido que al hombre
Arrebata hacia el bien, y largos frutos
Producirá su generoso anhelo.
Aquí naturaleza por do quiera
Virgen, robusta, ostenta de su seno
Los tesoros sin fin. Nuestros tiranos
De oro, de sangre y opresión sedientos.
Su beldad no preciaban. Mas ahora
El celo y los afanes de Minerva
Levantarán el velo que la cubre,
Y en la alta majestad de su belleza
Brillará, cual saliendo de las nubes
La blanca luna en el profundo cielo.
Y las Musas también su trono de oro
En Anáhuac pondrán: Naturaleza
A nuestra juventud do quiera brinda
Fuentes de inspiración. El panorama
Del universo todo nos circunda.
En él se juntan bajo el mismo cielo
Eterna nieve y perenal verdura,
Y en un estrecho círculo se abrazan
Los polos y los trópicos. Florida
Se ostenta la beldad, y arde en sus ojos
Del sol del Ecuador la eterna llama.
¿Quién puede contemplar sin entusiasmo
Los magníficos cuadros que Natura
Nos prodiga en América? ¿Quién puede
Indiferente ver las tempestades
Vestir de oscuridad las anchas bases
De los Andes altísimos, en torno
Hervir el rayo, retumbar el trueno,
A torrentes bajar la gruesa lluvia,
Y encima descollar nevadas cumbres
Y dibujarse en el desierto cielo
Inundadas en luz; o lentamente
Ver ir con majestad al Océano
Ríos profundos, inmensos, que parecen
Mares corrientes, o lanzarse airados
De un precipicio, y asordar la esfera
Su tremendo fragor? ¡Oh! ¿Qué hombre frío
A vista de unos cuadros tan sublimes
No palpita, y se asombra, y en su pecho
No siente ardiendo levantarse el canto?
La más abominable tiranía
A par cargó con su cadena odiosa
Los cuerpos y las almas. Luengos años
Nos devoró. Su aliento ponzoñoso
Convirtió los santuarios de Minerva
En guaridas de error. Así en los pechos
De nuestra juventud se sofocaba
El noble germen de mental grandeza
Y elevación. Estúpida pasaba
Una generación, y otra, ignorando
Su fuerza y sus derechos, avezadas
A servidumbre y crímenes. Empero
Colmose al fin la copa ensangrentada
Del infortunio, y nos lucieron días
De gloria y libertad. La luz divina,
Disipando las nieblas de ignorancia,
Nos alza al rango que nos dio natura.
Es la alma libertad madre fecunda
De las artes y ciencias: ella rompe
La atroz cadena que al ingenio humano
Los déspotas cargaron, y a la sombra
De su manto benéfico y su oliva
Crece la ilustración: en el espacio
El genio vencedor tiende sus alas,
Y la mente atrevida y generosa,
Superando a las águilas en vuelo,
Se levanta en los aires, y su vista
Abarca tierra y mar, nubes y cielo.
¡Sagrada libertad! ¡oh! ¡cómo siente
Tu dulce influjo el pueblo americano
En los climas del norte! Allí sereno
Con impávida frente mira Franklin
Venir tronando por el aire oscuro
La negra tempestad. Su mano fuerte
Arranca el rayo a la cargada nube,
Y le arroja a morir lejos del hombre.
Fulton allí con el vapor ardiente
Osa quitar al caprichoso Eolo
El imperio del mar, y por su genio,
Blasón glorioso del saber humano,
De América los rápidos navios
Contrastan la corriente de sus ríos
Y el contrario furor del Oceano.
El mismo alza flotantes fortalezas
De su patria en los mares, do segura
Lidie la libertad, e invulnerable
Sobre siervos y déspotas fulmine.
Así América opone generosa
Valor constante a la opresión injusta,
Y el ingenio al poder. Obras sublimes,
Que pálido contempla y despechado
El tirano del mar, cuando invisible
Truena el torpedo, y sus soberbias naves
Saltan, se incendian, y en el mar ardiente
Llueven armas, cadáveres y sangre.
Pronto de noble brillo circundados
Se vestirán los hijos del Anáhuac
Las alas del saber. Sabio Instituto,
Vuestras serán la gloria y las fatigas
De empresa tan espléndida y sagrada.
Mi espíritu, del bien fogoso amante,
De exaltación sublime y esperanza
Se inunda venturoso en vuestro seno.
Y de entusiasmo y de delicia lleno,
En el brillante porvenir se lanza.
(1826)
José María Heredia