EL RIZO DE PELO
Rizo querido,
Tú la inclemencia
De aquesta ausencia
Mitagarás.
De torpe olvido
Ni un solo instante
Al pecho amante
Permitirás.
En el punto fatal de mi partida
¡Oh Dios! vi a mi adorada,
La vi, Deliso, en lágrimas bañada,
La cabellera el aire desparcida...
Nunca, Deliso, nunca tan hermosa
La vi. —¡Partes! me dijo moribunda,
Los bellos ojos trémula fijando
En mi faz dolorosa:
—Parto, dije, y el labio balbuciente
No pudo proseguir, y los sollozos
Suplieron a la voz, y tristemente
Por el aire sonaron. Ella entonces
Quitando un rizo a su cabello de oro,
Con tiernísima voz, —Toma, decía,
—Guárdale ¡ay Dios! ¡para memoria mía!...
¡Oh parte de mi bien! ¡oh mi tesoro!
Ven a mis labios, ven... Será mi pecho
Tu mansión duradera,
Solo consuelo que la suerte fiera
En mi mal me dejo, y al contemplarte
Diré vertiendo lágrimas ardientes:
—¡Feneció mi alegría:
Feneció la ventura y gloria mía!
Ven, oh rizo a mis labios y seno:
¿Sientes, di, su latir afanoso?
Pues lo causa tu dueño amoroso,
Prenda fiel de firmeza y amor.
Mis amargos insomnios alivia,
Y en mi llanto infeliz te humedece:
¡Oh! ¡cuán larga la noche parece,
Cuando vela gimiendo el dolor!
(1819)
José María Heredia