A MI QUERIDA
Ven, dulce amiga, que tu amor imploro
Luzca en tus ojos esplendor sereno,
Y baje en ondas al ebúrneo seno
De tus cabellos fúlgidos el oro.
¡Oh mi único placer! ¡oh mi tesoro!
¡Cómo de gloria y de ternura lleno,
Estático te escucho y me enajeno
En la argentada voz de la que adoro!
Recíbate mi pecho apasionado:
Ven, hija celestial de los amores,
Descansa aquí donde tu amor se anida.
¡Oh! nunca te separes de mi lado;
Y ante mis pasos de inocentes flores
Riega la senda fácil de la vida.
(1819)
José María Heredia