Pregunté a las rocas. (Ellas
saben de esto. Ellas tuvieron
su humanidad encendida
cuando vivían). Quisiera
pasar como un huracán
ardiente, como una ciega
embestida de bisontes
sobre el pasado, quemar
sus vestigios, arrojando
sobre ellos ceniza, olvido,
muerte, silencio...
Pregunté a las rocas. (Ellas
saben de esto). No dijeron:
«Muérdete tu corazón,
sé el desbordado momento
que borre aquello que nunca
fue para ti. Si eres hombre
permanece en pie, desgárrate
la vida; pero en silencio
como nosotras, mirando
el declinar de los siglos,
el arrojarnos los mares
flechas de plata»...
Pregunté a las rocas. (Ellas
saben de esto. Ellas tuvieron
su humanidad encendida
cuando vivían). Quisiera
pasar como un huracán
ardiente, como una ciega
embestida de bisontes.
Pero sentí incontenibles
ganas de llorar. Pensaba
que es mejor abalanzarse,
caer sobre el enemigo,
como el rayo, aniquilar
lo que ya nunca jamás
puede borrarse.
Pregunté a las rocas. (Ellas
saben de esto. Ellas se visten
de eternidad. Ellas miran
declinar los siglos, ir
las aguas a su reposo,
los cielos a su silencio
las arenas a su noche,
el hombre a su soledad
inevitable).
Pregunté a las rocas. Luego
me dormí. Salió la luna.
Me vistió de azul. Me dio
su sosiego. Todo fue
ya sencillo, como muerte
anticipada.
José Hierro