LAS SEQUÍAS
Después de larga sequía
que atormentara los campos,
copiosas y frescas lluvias
los bañaron.
Y agua tomaron las fuentes
y agua embebieron los surcos,
y se alegraron las flores
y los frutos.
Y esta oración insensata
mis labios al Cielo alzaron,
torpe rosario imprudente
de mis labios:
«¡Señor que riges el mundo
con paternal Providencia,
que abarcas los anchos cielos
y la tierra!
¡Señor que pintas los lirios,
y haces puras las palomas,
y los ocasos serenos
arrebolas,
y vivificas los gérmenes
y cuidas los libres pájaros,
y llenas de luz radiosa
los espacios!
Eres, Señor, más piadoso
con esta tierra agostada
que con los secos eriales
de las almas.
Cuando la tierra que hollamos
los rayos del sol calcinan,
con lluvias consoladoras
la reanimas.
Pero jamás a las almas
que se marchitan sedientas
con rocíos de ideales
las refrescas.
¡Señor! ¿Por qué más piadoso
con esta tierra liviana
que con los páramos muertos
de las almas?»
Y dentro de mi conciencia,
que oyó mi clamor impío,
sonó una voz poderosa
que me dijo:
«Al beso del sol fecundo,
la tierra hacia el Cielo exhala
los ricos jugos que encierran
sus entrañas;
y el Cielo que los absorbe,
los cuaja en frescos rocíos
y en lluvias se los devuelve
convertidos.
Pero las almas ingratas
que en hálitos de oraciones
al alto Cielo no elevan
Fe y amores,
no esperen que el alto Cielo
la sed que las mata apague
con amorosos rocíos
de ideales...»
José María Gabriel y Galán