EL ARRULLO DEL ATLÁNTICO
I
En el nombre de Dios canto la vida.
Era la hora en que la luz esperan,
para iniciar la cotidiana huida,
las sombras densas de la noche oscura
que en el abismo caótico fundieran
el abismo del mar y el de la altura.
¡Naturaleza!, cuando estás dormida
y el alma que te adora
por nocturno crespón te ve cubierta,
se finge en su cariño que estás muerta,
y perdida te llora,
hasta que luz de aurora te despierta...
¡Salve, luz creadora!
Si de la mano del Señor salida
prístina creación es toda vida
segunda creación es toda aurora.
Como se abren los pétalos iguales
de roja minutisa,
como se abren dos labios virginales
que quieren bosquejar una sonrisa,
como deben abrirse a los mortales
las áureas celosías edeniales,
así se abrió, purísimo y riente,
un resquicio de cielo por Oriente,
y trémulas surgieron e indecisas,
por el abierto desgarrón del velo,
tintas crepusculares
que elevaron la bóveda del cielo
y abatieron las curvas de los mares.
La musa de los piélagos azules
que alienta brisas y transpira brumas
y viste mantos de azulosos tules,
con encajes purísimos de espumas...
La gran dominadora
del piélago iracundo donde mora;
la maga del abismo, que aún dormía,
movió la linfa, le prestó armonía,
y este armonioso cántico
surgió solemne, al despuntar el día,
del hondo seno del azul Atlántico.
II
Verdes musas erráticas
de almas de luz y liras cristalinas,
nereidas de pupilas abismáticas,
sirenas de gargantas peregrinas,
monstruos del fondo, genios de las olas,
acres brisas marinas,
que venís de las playas españolas
o venís de las playas argentinas...
Genio de la bonanza, a cuyo arrullo
trueco mi grito en musical murmullo;
genio de la borrasca, a cuyo grito
respondo detonante
y en hervidero arrollador me agito...,
¡cantad conmigo la ocasión gigante
con que a los hombres al progreso invito!
Yo soy aquel abismo que separa
la que el destino poderosa y una
raza noble creara
en hispano solar e hispana cuna.
Yo soy el gran vencido
del genio humano, que me vio rendido
bajo frágiles quillas victoriosas
de audaces carabelas
que rayaron mis lomos con estelas
de perennes honduras luminosas.
Hermanas tierras cuyas bellas playas
ricas de frutos y de flores gayas,
beso con los gigantes
labios de mis orillas...
¡los besos de mis labios son semillas
que producen cosechas abundantes!
Nobles razas gemelas
que ardéis en fraternales sentimientos,
¡ahonde vuestro amor esas estelas
que han vencido a los siglos y a los vientos!
¡Tejed, tejed sobre mi haz hirviente
de nuevos derroteros red tupida
y engrandecedme bajo el peso ingente
de pedazos de Patria enriquecida
que, abatiendo mis lomos en su centro
dilate mis orillas tierra adentro!
Poderoso Neptuno, que dominas
las iras bravas de mis glaucas olas
¡úncelas a las naves peregrinas
que vengan de las playas españolas
o vengan de las playas argentinas!
¡Enfrena, Eolo, enfrena
la cuadriga briosa de los vientos
y fija en popa ordena
que sople una veloz brisa serena
que endulce y apresure movimientos!
Y vosotras, nereidas ambarinas
con luengas cabelleras
de oscurísimas algas azulinas,
¡alejad a esas ricas mensajeras
de escollos y de sirtes traicioneras!
Y tú también, estrella titilante
que en mi espejo oscilante
y en el del cielo diáfano rutilas
menos que en las pupilas
de atento navegante:
tus fulgores purísimos no veles
con crespones de nubes tormentosas
que a esos ricos bajeles
aparten de las vías venturosas.
Y tú, Dios soberano,
que todo lo creaste y lo gobiernas;
única augusta mano
que sabe modelar cosas eternas,
única idea que en ninguna anida,
única luz que de la luz no nace,
origen sin origen de la vida
que se apaga ante Ti, y en Ti renace...
Tú el poder, Tú la gloria, Tú la alteza.
Tú la sabiduría,
Tú la derecha iluminada vía
de la humana grandeza,
bendice el alma de tus pueblos fieles,
haz que cuajen sus flores
en frutos áureos de sabrosas mieles,
pon en su entraña amores,
lumbre en su inteligencia,
paz en sus horas, gloria en sus destinos,
fe pura en su conciencia,
luz en su oriente y oro en sus caminos.
Tiende sobre mi haz el invisible
manto de tu poder incontrastable,
y por seguros derroteros fijos
bogarán en legión interminable
tus laboriosos hijos.
No me ordenes, Señor, que abra mis senos,
y de tus pueblos fieles
en ellos precipite los bajeles
que mi móvil cristal hienden serenos.
¡Señor! Navegan llenos
de ricos frutos que crió Natura
con riegos de rocíos y sudores,
llevan copia hechicera
de industriales y artísticas labores,
llevan la luz postrera
que la ciencia radió, llevan amores...
Hermanas gentes cuya entraña encierra
sangre y alma españolas:
¡el cielo es vuestro; sojuzgar la tierra!
¡Vuestro yo soy; encadenad mis olas!
Unid mis dos orillas
con oscilantes puentes
de regueros longuísimos de quillas
henchidas de riquezas y de gentes.
Y con los brazos en la brega dura,
en Dios la fe y el corazón en todo,
gozad el oro en su virtud más pura,
poned la muerte entre el honor y el lodo,
sentid el arte en su divina altura,
buscad la gloria donde eterna sea,
trocad la ciencia en savia sustanciosa,
cambiad amor del que deleita y crea...
¡Vivid la vida en su verdad hermosa!
José María Gabriel y Galán