LOS DOS SOLES
Vámonos al hastial de la sala,
vámonos, Francisco,
que se está que da gloria estos días
de sol y de frío.
Y al rincón del hastial soleado
por tibiezas del sol invernizo
se van temblorosos
los dos viejecitos
con el calendario,
con el argadillo,
con las frentes cargadas de tiempo,
con las venas cargadas de frío.
¡Qué serena la tarde resbala
por delante de aquel rinconcito!
¡Las dulces tibiezas
del sol invernizo
como alientos del Dios de la vida
dan calor a los dos viejecitos!
Una dulce modorra süave
va durmiendo sus torpes sentidos
al rumor del rozar quejumbroso
de las vueltas del viejo argadillo,
que se queja con ritmo de enfermo,
plañidero, sutil, dolorido...
La tarde es templada
y el rincón del hastial está tibio...
Se derrite la nieve en los campos,
se descubre el verdor del ejido,
pican las cigüeñas
la vera del río,
lavan las muchachas,
balan los cabritos,
corren los regatos,
llora el argadillo,
y en los montes las lenguas de acero
de los anchos destrales blandidos
acompañan su bronca salmodia
con reflejos estruendos sombríos,
fragorosos desgarres de ramas,
roncos tumbos de troncos hendidos...
¡Allí están los mozos!...
¡Allí está aquel hijo!...
Murieron los rayos
del sol mortecino...
—Vamos a la lumbre.
—Vámonos, Francisco.
Y al rincón del hogar, frío y solo,
se marcharon los dos viejecitos,
con el calendario,
con el argadillo,
temblando de viejos,
temblando de frío.
—Ya viene cantando...
—Ya viene ese hijo...
Y el hogar apagado y oscuro
revivió con el mozo fornido,
revivió con los fuegos sagrados
del amor y el hogar confundidos...
Y el viejo a la vieja
díjole al oído:
—Tenemos dos soles
que quitan el frío:
pa de día, el que alumbra en el cielo;
pa de noche, ese hijo..., ese hijo...
José María Gabriel y Galán