II
Corneando el fresco matorral, arranca
partidos gajos que al testuz entrega;
y azotando el ijar, la cola juega
como un cordón indócil sobre el anca.
Luego asoma a la altísima barranca,
tiende, lento, los ojos por la vega,
y la humeante nariz de pronto riega
un grato olor en la mañana blanca.
Lo envuelve el sol en su vislumbre de oro;
solemnemente lo contempla el toro.
Y al ver que con gradual prolongamiento
su móvil sombra en el gramal se estampa,
al golpe de un bramido, con su aliento
inciensa las novillas de la pampa.
José Eustasio Rivera