A LA SEÑORA DOÑA ATHENAIS IRULETA DE PASTOR, EN LA NOCHE DE SU DESPOSORIO
Según noticias que dan
Libros en que docto afán
Usos raros averigua,
Fecha tiene muy antigua
La verbena de San Juan.
Conformes todos en esto
De lo antiguo, y no en el cuanto,
Cada cual sigue su texto;
Mas la función, por supuesto,
No es más antigua que el Santo.
Desde antaño celebrada
Con más o con menos ruido,
También es verdad sentada
Que esta noche siempre ha sido
Noche al amor consagrada;
Pues con fe cándida y pía,
Por todos nuestros mayores
Dos siglos ha se creía
Que esta noche decidía
La suerte de los amores;
Y con deseo impaciente,
Y dando motivo a riñas
De mamá, padre o pariente,
Practicaban muchas niñas
La ceremonia siguiente.
Tendida la cabellera,
Del cuello bajando al talle,
Pasaban la noche entera
En cuarto donde se oyera
Lo que hablaban por la calle.
Gran estruendo en ella había,
Y era artículo de fe
Que, al oir la vocería,
Tener en agua debía
La niña el izquierdo pie.
Quietas como inerte leño
En el puesto convenido,
Se estaban allí sin sueño,
La patita en el barreño,
Y muy atento el oído,
Repitiendo sin cesar
Cada cual con gran fervor:
«Yo me quisiera casar,
¿Qué novio me piensa dar
San Juanito el Precursor?»
En esto, en conjunto vario
De cuerdos y de beodos,
Por las calles en rosario
Iban mil, gritando todos
Los nombres del calendario;
Y epítetos a la par
De vituperio o loor,
Como Fernando, Gaspar,
Mozo, viejo, hombre de mar,
Feo, rico, jugador.
El primer nombre que oía
La curiosa que escuchaba
Con el pie en el agua fría,
Por de cónyuge aceptaba,
Y acaso acertar solía.
Según era mala o buena
La condición del nombrado,
Tal era por de contado
La noche de la verbena
Para la del pie mojado.
Alguna pegaba un brinco,
Viendo frustrado su ahínco;
Y alguna con sencillez
Casarse creyó con cinco,
Pregonados a la vez.
Esta noche sin reposo
Tú acabas de oír aquí
El nombre ya de tu esposo;
Pero ese nombre amoroso
No era nuevo para ti;
Ni en tu oído ha resonado,
Casualmente abandonado
Al eco repetidor;
Oístele de un Prelado
Que invocaba al Redentor.
La mano de tu elegido
Juntó con la tuya hermosa,
Y de Dios os ha traído
Bendición para la esposa,
Bendición para el marido.
Mi parabién admitid,
Y el de todos, él y tú,
Y que sienta, permitid,
Que entristeciendo a Madrid,
Te nos vayas al Perú.
Prospéreos nuestro Señor
En éste y país extraño,
Y prendas tengáis de amor,
Que compongan un rebaño,
Delicia de su Pastor.
23 de junio de 1858.
Juan Eugenio Hartzenbusch