CON MOTIVO DE PONER S. M. LA REINA (Q. D. G.) LA PRIMERA PIEDRA DEL EDIFICIO DESTINADO A MUSEOS NACIONALES Y BIBLIOTECA
No hay magnífico señor,
Ni humilde trabajador,
Que a veces no necesite
De un amigo que le quite
Duda, pena o mal humor.
No hay sabio tan engreído,
Que de atender se desdeñe
A quien, por él escogido,
En cualquier tiempo le enseñe
De balde, y solo, y sin ruido.
No hay pecador pertinaz,
Que se rebele al consejo
De quien, hablándole en paz,
Le mire sin entrecejo,
Inalterable la faz.
Este amigo, útil y fiel,
Que instruye, refiere y pinta,
Vestido gasta de piel,
Es mudo, y habla en papel,
Y señas hace de tinta.
Hay alguno que, traidor,
En cáliz engañador
Ofrece mortal veneno;
Pero entre ellos, uno bueno
Es el amigo mejor.
Éste, que gusta de dar
Lección, y que no nos cueste,
Es el libro: hay un lugar
En que prefiere habitar,
Y una biblioteca es éste.
Después que el hierro colgó,
Ya ganada en recia lid
La corona que heredó,
Una Biblioteca dio
Felipe quinto a Madrid.
Hoy Madrid, harto distinto
Del que Felipe veía,
No cabe ya en su recinto,
Ni en sí aquella librería
Que fue de Felipe quinto.
Pantoja en la Trinidad
Clama que tiene sin luz
Sus cuadros, y es la verdad:
Halle por la Cruz piedad
Juan Pantoja de la Cruz.
La gran ISABEL deseos
Tenidos por devaneos
Hoy en realidades trueca:
Nacen aquí dos Museos,
Renace una Biblioteca.
Tu nombre, Señora, lleve,
Cruzando el espacio leve,
La Fama por todas partes:
¡Bien haya quien a las Artes
Da el templo que se les debe!
¡Bien haya la gran nación,
Que sabe en digna ocasión
Cambiar con alta cordura
Tesoro sin duración
Por otro que siempre dura!
Lo que por tantos es hecho
Con largueza meritoria,
Concede a todos derecho
A la parte del provecho
Y a la parte de la gloria.
En las grandes condiciones
De la humana sociedad,
Para adquirir sus blasones,
La gloria es necesidad,
Es vida de las naciones.
Y las glorias nacionales
Piden la magnificencia
De alcázares, en los cuales
Tengan el Arte y la Ciencia
Sus próvidos arsenales.
A la fuente perenal
Un pueblo acude a beber,
Y no agota el manantial:
Fuente hay que presta saber,
Sin merma de su caudal.
Ya por los anchos salones
Del edificio futuro
Me llevan mis ilusiones:
Damas en él y varones
Aquí y allá me figuro.
Los unos en marcha lenta
Viendo van y conversando;
El observador se sienta,
Y un joven allí copiando
Colora un lienzo que alienta.
¿Quién sabe si ese mancebo,
De exterior grave y sencillo,
Vendrá en dichoso relevo
A ser segundo Murillo,
Ribera o Velázquez nuevo?
¿Quién sabe si de esos dos,
Que el uno del otro en pos,
Lugar buscan oportuno,
Voz de Clío será el uno
Y el otro lengua de Dios?
Fija en un disco la lente
Aquél, y descubre sabio
Luz que las sombras ahuyente,
Con que a la verdad latente
Fatal error hizo agravio.
Aquél, que de golpe cierra
Su libro y de allí se va,
Nuevo Arquímedes quizá,
Quiere en peso alzar la tierra,
Y dio con el punto ya.
¡Oh tú, en cuyo paralelo
No puede ponerse nombre!
¡Oh tú, bendito del Cielo,
Que supiste asir al vuelo
El son de la voz del hombre!
Tú inmóvil y permanente
La hiciste de fugitiva,
Y del tiempo en la corriente,
Columna blanca valiente,
¡Se alza entre naufragios viva!
Por ti el pensamiento vario
De una y mil generaciones
Encontró depositario;
Por ti formó de sus dones
La Ciencia inmortal erario.
Por el libro nuestra edad
Con diadema se engalana
Que labró la antigüedad;
Y un libro será mañana
La ley de la humanidad.
Nunca sin alto loor
Y gratitud infinita
Se nombre al Genio inventor,
Que al dar la palabra escrita,
Hizo al mundo el bien mayor.
Con ella un pueblo educado
Aquí... ¡Oh falaces quimeras!
¡Oh ilusión! Sólo he quedado
En un arenal cercado
De mástiles y banderas.
Prematuro es el contento
Del corazón anhelante:
Principio tiene el asiento
Del palacio del talento...
Miro el fin... ¡ay! ¡cuán distante!
La flaca voz enfermiza,
Que este día solemniza,
Muda en el otro será;
Mas donde esté mi ceniza,
Saltos de gozo dará.
Madrid 5 de mayo de 1866.
Juan Eugenio Hartzenbusch