EN LA INAUGURACIÓN DEL INSTITUTO ESPAÑOL
Cual es la criatura
De tantas como encierra
La doble inmensidad de mar y tierra;
Cuál es el triste ser a quien natura
Los dones de su amor de suerte tasa,
Que de madrastra rigurosa y dura
Con él parece codiciar el nombre?—
Pródiga para todos, sólo escasa,
Sólo injusta y cruel es para EL HOMBRE.
Le negó la firmísima pupila
Del ave que a su antojo,
Cerniéndose en la atmósfera tranquila,
Examina del sol el disco rojo:
No le armó con la planta
Del fugitivo ciervo
Que al viento se adelanta;
No con la garra del león, ni diole
Del coloso selvático la mole:
De nombre rey, por su impotencia siervo,
De riesgos donde quiera
Y enemigos sin número cercado;
Al verle de pujanza desarmado
Con que su ruina el infeliz estorbe,
Mejor imaginársele pudiera
Nacido más para manjar de fiera
Que para dueño y árbitro del orbe.
Él es, empero, su señor. Su mano,
Si tan débil por sí, tan desvalida,
Con otra y otra y ciento y mil unida
Se reviste de impulso soberano,
Y desata el indómito torrente
De fuerza a cuyo empuje,
Redoblado y creciente,
Junta la creación resiste en vano.
Por el hombre vencido, el tigre ruge,
Y dócil a la rienda y acicate
Se mueve el alazán; el hombre abate
Y ahonda el recio pino,
Y tremolando en él tirantes lonas,
Sobre el inquieto campo cristalino
Lanza flotante puente
Que une entre sí las apartadas zonas:
El trueno aterrador copia a la nube,
Y a la tierra el volcán; en sus entrañas
Negro polvo escondiendo,
Lo incendia; estalla, y con bramido horrendo
Desquicia la explosión y al cielo sube,
Cual brizna leve de menudas cañas,
Deshechas en ceniza las montañas.
Con la preciosa herencia
De la anterior generación uniendo
Su caudal todas de poder y ciencia,
Veloz el hombre sin cesar camina
Por ardua senda que su mano allana,
Sediento de arribar al alto punto
Límite del saber y dicha humana,
Barrera entre el Eterno y su trasunto,
Solio que al del empíreo se avecina;
Y aquel mísero ser a quien mezquina
Dotar nos pareció naturaleza,
Formándole de intento
Símbolo derisorio de flaqueza;
Ese mismo, tan débil cuando SOLO,
Erguida la cabeza,
Domina EN SOCIEDAD de polo a polo;
Y alza su omnipotente pensamiento
Ya tan audaz el vuelo de sus alas,
Que osa en el aire suspender escalas,
Y amenaza asaltar el firmamento.
Así los rayos fúlgidos de Apolo,
Que en la diáfana bóveda perdidos
Esparcen solamente
Blando calor, aliento del viviente,
En el foco oprimidos
Del espejo de Arquímedes ardiente,
Se truecan en centella destructora,
Que árboles, piedras y metal devora.
Ved cuál de Siracusa
Se agolpa en las almenas
Muchedumbre que al mar mira confusa.
Tiembla el guerrero, su consorte llora.
« Los bajeles,» exclaman «son aquéllos
De Roma, de la bárbara invasora:
Suspendidas se ven de sus entenas,
Y prontas a cebarse en nuestros cuellos
La vara, y la segur, y las cadenas.»—
Un hombre el rayo de la ciencia vibra,
Y de tiranos a su patria libra.
Ved cómo el brazo tiende
Con el escudo fulminante armado,
Cuya llama voraz el aire enciende.
Paradas en su vuelo arrebatado
Caen en polvo las marinas aves;
Las olas hierven; las soberbias naves
Nadante hoguera son. Hórrida grita
Por entre el humo suena,
Y en temerosos ecos se difunde.
Si el romano en el mar se precipita,
Síguele el fuego allí: la escuadra se hunde;
Siracusa la frente alza serena
Y adora al hombre que su ruina evita,
Y en recia voz que el júbilo levanta,
Su libertad y su victoria canta.
Pero triunfos sangrientos y crueles
No son de ambicionar. Sendas de gloria
Varias el hombre ante los ojos mira:
Ramos en sus vergeles
La madre de las Musas, la Memoria,
Ramos guarda de plácidos laureles
Para el compás, y la paleta, y lira.
Adoradores fieles
Somos del genio que el saber inspira,
Y a coronas pacíficas aspira
Nuestro común afán. También recata
La sociedad en su agitado seno
Monstruos que al respirar vierten veneno,
Que contamina y mata.
Crimen, error y tedio forman liga
Contra el ínclito ser que siente y piensa:
Torre aquí se levante de defensa
Donde su diente vil no nos persiga.
Aquí sus luces el saber derrame,
Su asilo mire aquí la desventura,
Despliegue sus encantos la hermosura,
El ingenio se inflame,
Y ardiendo de virtud en llama pura,
Palpite el corazón, admire y ame.
¡Grande empresa en verdad! A darle cima
No será nuestra fuerza poderosa;
Pero español aliento nos anima,
Y el mágico mirar de tanta hermosa.
¿Quién en ignoble ociosidad reposa;
Quién al saber no da vigilia inmensa,
Por lograr de unos labios hechiceros,
Escondida entre aplausos lisonjeros,
Una tierna sonrisa en recompensa?
Obra final del Hacedor divino,
Culto de numen la mujer merece:
Por ella nuestra vida se embellece,
Y enseñarnos tal vez es su destino.
Al lanzarnos nosotros por la vía
Que allá a la cumbre guía
Donde bañado en resplandor descuella
De HUMANIDAD Y CIENCIA el doble templo
Ya en él la planta sella,
Coronada la sien, AUGUSTA BELLA,
Que con la voz nos llama y el ejemplo.
De virtudes y genios reverente
Cerco la ciñe en torno,
Que cien guirnaldas a la regia frente
Solícitos ofrecen por adorno,
Colocando a sus plantas en trofeo
Las insignias de Apeles y de Orfeo.
Constante bienhechora
De la grande nación que en ella adora,
También del INSTITUTO es esperanza,
Cuando al nacer alcanza
Que le tienda su mano protectora.
Crezca, pues, a su sombra guarecida,
Esta que planta débil abre el suelo,
Y riéguela el sudor de nuestro celo;
Que día llegará que se alce erguida,
Y en tronco agigantado convertida,
Superior a las nubes se remonte,
Embarazando con su verde pompa
El ámbito del cóncavo horizonte.
Brío mayor a la constancia nuestra
Los obstáculos den; no haya fatiga
De arredrarnos capaz, hasta que rompa
Las auras con los ecos de su trompa
Justa la fama, y diga
Que la labor de nuestra firme diestra
Rinde a la sociedad precioso fruto,
Y es digno de su nombre el INSTITUTO.
1840.
Juan Eugenio Hartzenbusch