ESPAÑA VINDICADA
Al fin de las regiones europeas
Donde acaba la tierra de Occidente,
Y mares y montañas giganteas
Apartan del antiguo continente
Vasto, fecundo suelo
Allí hay una nación agreste y ruda,
Que de saber y de virtud desnuda,
Mengua es del siglo, escándalo del cielo.»
Esta nación, a quien así acrimina
Voz lejana y vecina
Que al universo engaña,
Ésta, ¿lo creeréis? ésta es España.
Fue grande, fue temida, fue señora:
Doblaban otro tiempo la rodilla
Los pueblos del ocaso y de la aurora
Delante de la enseña vencedora
De León y Castilla.
Viose después de su poder la silla
Por crudos adversarios contrastada:
Retembló su cimiento al recio embate;
Vaciló en medio del mortal combate
La regia majestad allí sentada,
Perdiendo en riesgo tanto
Ricos girones del purpúreo manto;
Pero a despecho del común encono,
Salvó su fe, su dignidad, su trono.
Émulos que conservan todavía
De pasadas afrentas la memoria,
Hoy nos calumnian con mayor porfía,
Cuando es mayor la castellana gloria.
Se alza en el suelo cántabro pujante
Grito de guerra que los aires hiende,
Y fuego abrasador en un instante
Por la infeliz Península se extiende.
Ven cundir el estrago las naciones
Que hacen de humanidad pomposo alarde;
Y en lugar de extinguir el odio que arde,
Hostigan a los fieros campeones.
Así despedazarse dos leones
Ve un cazador en la africana arena;
Y lejos de que llegue y los amanse,
De intento deja que la lid los canse,
Para echarles a entrambos la cadena.
Nos vieron zozobrar y desviaron
Del náufrago bajel su firme quilla;
Pero las bravas olas se aplacaron,
Y nuestro brazo nos llevó a la orilla.
Ya las iras cesaron;
Ya no se oye el horrísono estampido
Del mortífero bronce,
Por el eco cien veces repetido
Entre el ay del que muere y el herido,
Gira sobre su gonce
La férrea puerta del cancel de Jano;
Movida por la mano
De la PAZ, de la PAZ, que rodeada
De benéficos númenes en tropa,
Viene a cerrar el ominoso templo;
Y la grande nación tan ultrajada,
Hoy se presenta a la confusa Europa
De heroísmo y virtud ínclito ejemplo.
Pudo español contra español la diestra
Levantar iracundo,
Y regar en el choque furibundo
Con la fraterna sangre la palestra;
Pudo servir de un hombre a las pasiones
Que doró artero con falaz vislumbre,
Y ceder al impulso que de lejos
Movía infatigable en sus manejos
El genio de la negra servidumbre,
Sediento del dolor de las naciones;
Mas nunca pudo desterrar del alma
El generoso, innato sentimiento
Que la sangre y la PATRIA nos inspira.
Así en la lid, al huracán violento
Sucediendo la calma,
Cada guerrero a su contrario mira,
Y al ver en él su hermano,
Suelta el acero, tiéndele la mano,
Con el grito de UNIÓN resuena el viento,
Y huye, al oírle, trémulo el tirano.
¡Honor, excelsa prez, a los valientes
Que el blasón coronaron de su gloria
Con un timbre mayor que la victoria!
Madres, esposas, vírgenes dolientes,
Que con humilde voto
La piedad implorabais del Eterno
Por las prendas ausentes;
De júbilo llenad el pecho tierno,
Que el cetro usurpador está ya roto.
Festivo canto vuestro labio entone,
Y la mano aperciba
Triunfante lauro y amigable oliva,
Con que su sien el adalid corone.
Venid ahora a vernos,
Y aprended, ¡oh políticos sagaces!
En un rasgo no más a conocernos.
Vosotros prolongabais la pelea:
Obra de nuestra mano son las paces.
Olvidar disensiones pertinaces,
Para algún corazón difícil sea;
No para el español: cuéstale sólo
Tan magnánima prueba de heroísmo
Las redes quebrantar que le arma el dolo,
Y por guía admitir su instinto mismo.
No es la patria del Cid y de Padilla
Esa que pinta vuestro labio injusto:
Respeto os deba su blasón augusto,
Que no tolera su león mancilla.
Ese pueblo fanático y grosero,
Juguete del iluso sacerdote,
Y armado siempre de cobarde acero,
Y alegre con la hoguera y el azote,
No le busquéis en el confín hispano:
Buscadle allá donde feroz levanta
Brazo de hierro déspota inhumano,
Y con el suelo, donde siervo nace,
Se vende al hombre reducido a planta.
Vuestro saber que envanecer os hace,
Lo admira España, y sin envidia os deja
Que, deslumbrados con su brillo falso,
Sobre el ara de Dios paséis la reja,
Y arrastréis los monarcas al cadalso.
Domeñar el Océano profundo,
La fe llevar a incógnitas regiones,
Lanzar al moro, conquistar un mundo,
Alzarnos libres para darnos leyes,
Vencer Napoleones,
Sacar de cautiverio nuestros reyes:
Estas solas hazañas
En los hijos buscad de las Españas.
Fiel a la mano augusta que le rige,
Valiente el español y generoso,
Si tal vez al error se precipita,
Pronto de la razón la senda elige;
Y para ser dichoso
Cuando su pecho a la virtud le incita,
Olvidaros tan sólo necesita.
Juan Eugenio Hartzenbusch