ISABEL Y GONZALO
LEYENDA
III
LA SEPARACIÓN
De dos vírgenes tiernas
Apoyada en los hombros,
Trémulas las rodillas,
Desencajado el rostro,
Respirando congojas
Y hablando por sollozos,
Isabel lentamente
Se arrastra al locutorio,
Donde la está Gonzalo
Esperando anheloso.
Detiénese la triste
Para alentar un poco,
Desembargar la lengua
Y serenar los ojos:
Mostrar abatimiento
Parécela desdoro
De la consorte fina
Que con ánimo heroico,
En vida se sepulta
Por dársela a un esposo.
Para que a su semblante
Suban matices rojos,
Sangre le pide al pecho
Dilacerado y roto;
Y para ver al hombre
Que el tiempo más dichoso
Su ídolo fue adorado,
Su bien único y solo,
De la virtud y el cielo
Confía en el socorro.
Compónese la toca,
Desdobla el cuerpo airoso,
Del traje penitente
Repara el abandono,
Fija en una medalla
Ósculos mil devotos,
Y a vista de su amante
Ofrécese de pronto,
Cual ángel cuya planta
Huella el poder del Orco.
Largo tiempo es del labio
El ministerio ocioso;
Que al través de las rejas
Que al mundo ponen coto,
Los dos enamorados
Se dicen sin estorbo
En las miradas mucho,
En los suspiros todo.
Dando al fin a la lengua
Súbito desahogo,
Isabel a Gonzalo
Háblale de este modo:
«Al cerrar por mí mano las barreras
Que de ti me separan y del mundo,
Quise que nunca mi dolor profundo
Con tu vista vinieras a aumentar».
«Hoy te agradezco que mi ley quebrantes,
Plácida recreándome la idea
De que Gonzalo la constancia vea
Con que mi pena sé sobrellevar».
«Entre temer la culpa y expiarla,
Paso los días y la muerte espero;
Pero a este precio tu vivir adquiero:
Dulce por ti se torna mi dolor».
«Cuando recuerdo que mi amor bizarro
Conserva a España su mejor caudillo,
Corro al altar y ante el Señor me humillo,
Y bendigo su mano de rigor».
«A vida sin placeres condenada
Desde que a ver la luz abrí los ojos,
Vegetando entre muros y cerrojos,
Fui como planta que sin sol creció».
«Las trovas que cantaron a mi reja
Galanes mil en amoroso ruego,
Yo las oía como escucha el ciego
El bramido del mar que nunca vio».
«Por ti mi corazón aletargado,
Llanura estéril, arenal desierto,
Se vio de flores de placer cubierto,
Y amaneció la dicha para mí».
«Aquellas horas de dulzura llenas,
Un beso tuyo, tu menor halago,
Yo, Gonzalo querido, no los pago
Ni con un siglo que suspire aquí».
«Mil años de penar en el infierno
Fueran de tanto bien premio mezquino...
Perdona mi locura, Juez divino;
Compadece a una mísera mortal».
«Habla al esposo la infeliz esposa,
Y se despierta su cariño blando;
Hablo al que todavía estoy amando,
Porque me vence mi pasión fatal».
«¡Ah! no lo permitáis, Dios poderoso,
Ni tú lo creas, mi Guzmán querido.
Nunca sobre tu amor caerá mi olvido,
Pero a ponerle freno aprenderé».
«Mas entre tanto que angustiada lloro,
Quizá en otra mujer pérfido adores.
No profanes jamás nuestros amores;
Prométeme, Guzmán, eterna fe».
«¿Me miras y del manto te despojas?
¡De Alcántara la cruz muestra tu pecho!
¡Y yo, Dios mío, de su fe sospecho,
Cuando se acoge como yo al altar!»
«Centro ahora común de nuestras alma,
Dios, que desde su trono nos inspira,
Nuestro cariño mirará sin ira
Que a su seno amoroso va a parar».
«Y la esposa podrá de dos esposos
Implorar al Eterno por el hombre
Que para gloria de su santo nombre
Lidiará de Granada en el confín.»
«Y al escuchar las ínclitas hazañas
Con que triunfe Guzmán del agareno,
Confundiré sin crimen en mi seno
Mano y origen, instrumento y fin».
«Que de mi amor con dura penitencia
La parte terrenal acrisolada,
Yo amaré tus virtudes y tu espada
Como destellos del poder de Dios:»
«Y tras vida de paz sin amargura
Tranquilos a la huesa bajaremos,
Y en el cielo por fin nos uniremos
Por edades sin término los dos».
Juan Eugenio Hartzenbusch