ALAS
Festivas tramontan las aves viajeras,
salvan los pinares, las dunas, las eras:
brillan en la altura, con sus colorines;
descienden con dulces trompas y flautines.
Miraron la selva, los ríos, las barcas;
vienen de doradas, remotas comarcas:
sobre la llanura, sobre la colonia,
vienen de la Antilla, de la Patagonia.
En la madrugada vi que plañideras,
lento descendían las aves viajeras
cerca de la loma, cerca del otero,
donde de los campos está el perfumero,
a las blondas huacas tintas de verdores,
vienen cual de quenas dulces tocadores;
y, en ellas, nos brindan el canto dormido,
las notas alegres de su colorido;
de lontanas tierras traen las visiones
de otras harmonías, de otras estaciones;
de las soledades del monte rimero;
de las crispaciones del lago chispero,
de zona dorada por cañaverales
y de los canelos y los tabacales.
Tienen en sus pennas, extrañas figuras
cual de las ignotas artes y escrituras:
son letras de aurora, que la linfa lleva,
y son las obscuras del monte y la gleba.
En la madrugada de brumas y rosas,
sentí que caían aves misteriosas;
al ver sus figuras y tintes salvajes
soñé en las regiones de arcanos mirajes;
y al oír sus cantos y modulaciones
como de flautines, como de acordeones;
de mil instrumentos notas de pintura
y ver de sus pennas la parda escritura:
pensé en un idioma que ignorado cielo
hizo para el ave llevara, en su vuelo,
a los continentes y cabos distantes,
a las muertas islas de los navegantes;
y por alta noche, sin patria, sin nidos,
cuando van las aves con dulces plañidos,
pienso que, llegadas de brunas regiones,
serán sus palabras de tribulaciones;
que las tristes aves pasaron los ríos,
los bosques amargos y pongos bravíos;
y las más cenceñas, las más delicadas,
en el largo vuelo quedaron cansadas.
Recuerdo que, en día de pálida aurora,
vi las lindas plumas de una ave cantora;
y en tristes verdores de pampa desierta,
vi que estaba inmóvil, vi que estaba muerta;
y, en las escrituras del plumón albino,
miré su invariable glorioso Destino;
que, en sus romerías y canoras galas,
¡van a la región de la Muerte, las alas!
José María Eguren