EROE
Del bosque las auras venían acedas,
llegaron las luces de ensueño opalinas.
A Eroe yacente, nos dicen los Eddas,
miraban llorosas las nobles encinas.
Odín anochece brillantes corolas;
la besa, y con brumas soñadas la viste;
la Norma acompasa las tiernas bandolas
y suave le ofrece la anémona triste.
El eco sentido de trovas amantes
le lleva dormidas las ondas de Ofelia;
y núbiles norsos y celtas infantes
le dan la dulzura del alba camelia.
Y el rey colorado de barba de acero,
su padre, la llama con queja amorosa;
y un llanto de fiera, un llanto sincero
se pierde en la duna de Islandia brumosa.
Y nube azulea divinos fanales:
aquellos sus ojos que el Norte encendía;
y notas de Luna sus senos liliales
desmayan en triste, fugaz celestía.
Sus brazos circundan el rostro de nieve,
la boca encendida perfumes exhala;
y el ser intangible se mueve, se mueve
buscando el hermoso jardín de Valhala.
Que Eroe la tierra pasó sin sosiego
y en sombras virgíneas huyó de la vida;
y, cuentan los Eddas, que labios de fuego
besaron helada, purpúrea la herida.
José María Eguren