ANANKÉ
Lanza el oboe vespertina queja;
y vagamente la virtud se aleja.
Se mira humoso el castillo roquero;
allí principia el cántico agorero.
Vuelve hacia mí tu labio purpurino
que ríe los silencios del Destino.
Tienes la frente azul y matutina;
es un goce fatal que la ilumina.
Continuaré mi verso desolado;
tú lo puedes oír porque has pecado.
Ve la felicidad pura, tangible.
—No la quiero mirar porque es horrible.
—Cierra tus ojos niña;... ¡entonces muere!
—Yo no debo morir, Dios no me quiere.
José María Eguren