LAS VENTANAS
Traducción de Stéphane Mallarmé
Cansado de las sábanas y del incienso fétido
que asciende por la albura banal de las cortinas,
el sagaz moribundo yergue su vieja espalda
hacia el gran crucifijo del hueco muro triste.
Menos por calentar su fría podredumbre
que por mirar al sol en las piedras, se arrastra
y posa sus cabellos y su huesudo rostro
en las ígneas ventanas que un rayo hermoso curte,
y su boca febril y de un azul voraz
bebió de aquel tesoro, tal la juvenil piel
virginal de otros días, y en un amargo beso
empaña largamente los tibios vidrios áureos.
Embriagado en su miedo y olvidando los óleos,
las tisanas, el lecho infligido, el reloj,
la tos, al desangrarse la tarde entre las tejas,
en el vasto horizonte lleno de luz, sus ojos
ven galeras de oro, graciosas como cisnes,
durmiendo sobre un río de púrpura y perfumes,
meciendo la leonada lumbre de su riqueza
en una dejadez que el recuerdo embaraza.
Preso así en el hastío del hombre de alma cruel
en la dicha volcado, donde sus ansias solas
se consume y obstinan buscando esa basura
ofrecida a la madre que da el pecho a sus hijos,
huyo y me aferro a todas las ventanas posibles
desde las que se vuelven los hombros a la vida,
y en su cristal, glorioso, de rocíos eternos,
que dora la mañana casta del infinito,
me miro y me parezco ángel, y muero, y quiero
—que la vidriera sea la mística o el arte—
renacer, sosteniendo mi sueño cual corona,
en el cielo anterior donde está la Belleza.
Mas, ay, esclavo soy de acá abajo: su roce
llega a veces hasta este amparo, acobardándome,
y el oleaje impuro de la atroz Necedad
me obliga a guarecerme ante el indigno cielo.
¿Existe forma, oh Yo que conoces lo amargo,
de quebrar el cristal por lo increíble herido,
y de huir de mi cuerpo, con mis alas sin plumas,
a riesgo de caer por toda la eternidad?
José Manuel Caballero Bonald