VÍA DE SUFÍ
En la azulada Esmirna fui gaviero en nave irrelevante
y vendedor de gemas en el zoco de Izmábula
y copista de textos persas para la biblioteca del emir de Córdoba.
Me ocupé en otros muchos quehaceres interinos
hasta que entré a servir a Juan Cantacuceno,
ejerciendo de instructor de conscriptos en el saco de Pérgamo.
Pero lo único que verdaderamente hice fue viajar en secreto hasta Damasco,
sorteando innúmeros escollos, la vida en vilo cada día,
en busca de un anciano de sabiduría irrestricta que luego
habría de ser reverenciado en Al-Ándalus.
He atravesado la densa estopa circular de los siglos
y he llegado incólume a los palacios fastuosos de Medinat al-Zahra,
donde cada atardecer recito un poema que no he leído nunca,
pero que me trasmitió desde su cueva de eremita desierto de Tahmur
aquel maestro venerable cuya enseñanza es todo lo que mi alma ha llegado a saber.
Por siempre sea loado quien así quiso infundirme
el don heroico de poder franquear las puertas esotéricas
y gozar finalmente de ese mirífico entendimiento
que va más allá de toda realidad.
(Yalai ad-Din Rum)
José Manuel Caballero Bonald