ESTELA DE LOS CONFINES
II
En los telares de la hormiga el cuarzo doma su tiniebla,
raíces profundas descuartizan el ave derribada, raíces tejedoras
inauguran el tamiz de los sueños.
¿Qué fue del humo y de su cerbatana dormida en el carbón?
(Vacío, eres algo diferente de lo siendo, locura más callada
que las hojas, eres quien, el doble de sí mismo, la nada
que bebe de la piedra, hueso del ser y liquen del Impalpable;
ojo quemado por la noche: Jaguar hijo de incendios).
¿Qué fue lo que confiamos a la Sombra y ella no quiso presentar
al desnudo en su gleba de viviente?
Un día el Sol y la Sangre se reunieron a esperar que amaneciera.
Observaron la Noche, la vieron reinar sobre la ausencia
fosilizando el aire, y con los labios de musgo balbucían entre sí:
—De Ella venimos pero nos hemos separado.
Que vacíen sin llanto esa máscara del planeta.
Que con su paso de tapir el rayo divida en dos la túnica de roca
y se haga el abismo.
Humea el copal y se oyen los coyotes.
Donde la sed es rama del incendio, al soplo de la duda, contra las aguas de la Diversidad:
No
al reposo
No
a la noche.
No
al hastío
a despecho del desastre, aunque suenen los vientos en honor
de nuestra huella.
*
En esta hora que precede al Mediodía, el río
encumbra en la cresta de sus rápidos
ramas de encina, drupas y rumores, granos y
paja humilde entre rastrojos del solsticio.
El Sol cuando muerde la sombra la convierte en piedra.
Juan Bañuelos