HUELGA DE HAMBRE
2
Puede caer la noche cuando quiera.
Puede cerrar los ojos la ciudad.
Pero no duermo.
No vivo, estoy lleno de espanto.
Arriba hay un cielo ásperamente limpio
Y la luz de la luna —tierna loba— a través de la puerta
Lame los piececitos de mis dos pequeñas hijas.
Abajo hay un oscuro en pálido, hay
Una manotada en bestia acechante.
Y mientras duermen nada está en reposo;
Algo se mueve y se abre paso hasta mí
Y oigo que un perro camina por la calle.
Un perro en la calle;
Ese sonido de patas sobre el asfalto
A las dos de la mañana, ese ruido babélico
Que produce con el hocico
Al remover la basura y la noche.
Un perro. La calle. La luna.
Mientras caigo en el sueño
El grito de un animal sin rostro inunda mi cuarto.
Se escuchan estallidos de casas y avenidas.
Una daga en el vientre,
Y el grito del hambriento, el grito
Que se apoya en las puertas,
Contra los monumentos
Y en las paredes de los ministerios.
Luego es un soplo.
Ese ruido de resaca que sale
De los perros sin lengua.
Luego es el miedo igual
A una delgada hiedra subiendo por la piel
Y girando en la lengua como el disco
De un teléfono loco.
Luego es el odio una callada puerta
(Y lo que queda del odio
Es un ácido beso
Y es una mala ropa).
Pasado el frío es el silencio,
Ese huraño silencio de la noche
Que levanta su cresta de iguana negra.
Pero no duermo. En la ciudad
Se oye un redoble de tímpanos. En la ciudad
Hay varios compañeros declarados
En huelga de hambre.
Juan Bañuelos