TIEMPO DE LA CONSTRUCCIÓN
Tiempo,
yo no sé si noviembre sepulta el paisaje, pero hoy
me he puesto a cantar y caigo sobre mi rostro
como una piedra insomne.
Tiempo,
mi lengua arde y estoy cantando aquí, sobre la tierra,
de pie en el tronco de amor que me preocupa.
¡Ah pueblo mío! ¡Te reconozco! Te reconozco bajo
la sombra de la ausencia.
Levanto mi mano y digo a mi alma: «sal de tu cueva, loba».
Y mi alma, soltera vagabunda preñada de mil hijos,
sale a gritar, se pone en medio del pecho la palabra
y roba pluma al viento.
¡Oh pueblo mío! te reconozco en la riente sal donde gorjea
la alegría, donde todo regreso es volver a encontrar
y toda inocencia es siempre anterior: crecida
de aguas antiguas.
¿Quién entre la multitud dirá que bajo el oro de la noche cae
una asechanza pétrea, y que en la frente del poseso
fermentan el caos y la eternidad?
¿Quién no oye el amargo grito de la bestia y no rememora
el verano que se quiebra como un oscuro vaso?
Entre el sabino y el oyamel ondulante se enreda la hoguera,
y el tiempo se presiente como la súbita pulsación
de una ola vasta y olorosa a tierra próxima.
El juramento nos baña, se hace amarillo el polvo
y amanece.
En nuestro fin ardientemente danza el nacimiento.
Labor de sedición la de la sombra y la piedra. mas yo no vine
por el vellón de las ovejas, ni por las minas de ámbar
ni las de oro, ni por la carga de café que los mercaderes
sacan por la aduana,
sólo he venido a aportar el peso de mi mano que ha sabido trazar los
horizontes, mi mano que no descansa y obedece.
¿Qué hay detrás de mí?
¿Qué hay delante de mí?
La soledad, que despierta como un siervo y levanta
lentamente la cabeza entre las ruinas que dejan las luchas
de los hombres y las batallas del espíritu.
¿Qué hay detrás de mí?
¿Qué hay delante de mí?
Vengo de más lejos que el grito de mi nacimiento, porque
nací cuando yo quise. fui tropezando de planeta en planeta
y el peso de la noche cayó sobre mi pecho.
La rueda del vapor giró dentro de mí, la locura
sopló las velas
del conocimiento y en el último escalón, sudor de muro
destiló mi frente. ahora vago sobre un planeta
que ya no reconozco.
Mas alguien soñó. alguien olió el agua animal de las generaciones.
(En medio de los huracanes, ¡cómo late el corazón
del silencio! la noche es un tronco caído y reducido
al eco). Lento como la vida de los minerales me humedecí
de aurora. ¡Oh arcoíris, efímero relámpago pintado!
Memoria azuzada por las milicias del silencio.
¡Oh mar, gigante corazón de un pez que sueña!
Nada había ya que retener, nada era desacorde y todos habíamos
bebido el desasosiego. el color del tiempo manchaba
nuestras ropas y el lado trigo de nuestros rostros,
y el texto de la Demencia era abierto al saqueo y a la usura.
Las rutas de la alianza se abren sobre la sal blanca del mensaje.
A lo lejos, el viento oprime sus sueños en los flancos de un
caballo
que delira, y un hombre como yo dentro de mí se tambalea
y se hunde, cae y vuelve a levantarse, apedrea mi corazón,
nada en mis venas, subleva a mis sentidos, echa raíces
en mis huesos como una ceiba, sacude a mi cuerpo
como el vendaval a un árbol,
y da un puñetazo en mi lengua para que hable.
Un hombre como yo dentro de mí viaja en mi sangre, y sabe
de fundaciones de ciudades, de riberas frescas,
de ríos lentos como el remar de los canoeros, de calles
y de casas idénticas al corazón del hombre.
¡Ah más reales que el mar y las aves migratorias, el espíritu despierto,
el espíritu que vuelve amigo y canta!
¿Quién nace espiga si antes no fue ciego grano?
El humo de la aldea tiene un rumor de árboles.
Y aquí recojo el dolor diseminado.
En el silencio de la hierba hallo la tinta y alzo mi corazón
como ante una piedra de sacrificios.
¿Qué importa que un hombre de la edad de bronce
y yo no nos hayamos conocido?
¿Qué importa, digo, si el tiempo en cada vuelta ya no es tiempo?
Llueve sobre los templos de afrodita, cae el sol vertical
en Memfis, la Cólquide resplandece y es más hermosa
en el crepúsculo, el peregrino se detiene en Dodona,
la del oráculo, Jerusalén tiene un cielo de palomas,
mientras la noche, ¡ah la noche!, se derrumba
sobre Tenochtitlan.
Todos los tiempos, todas la edades están aquí sobre este mar,
el más furioso mar, ¡oh siglos de agua!, sobre este
Mar de Cobre cuyos vientos basta el más simple parpadeo
para que empiecen a soplar del lado opuesto.
¡Oh tiempo de la construcción y de las grandes migraciones
del espíritu! Hay mucho que contar, hay mucho
que caminar. La ira revolotea dentro de mi pecho
como un águila húmeda de sangre.
Amigos, yo he viajado mucho y demasiado lejos en el mar,
en la tierra y en mi alma; mis ojos han visto la enfermedad,
el hambre, los adioses, los espectros, pero estos ojos
han sido perseguidos por esa jauría de perras flacas
llamada Espera.
Pequeño en la mediocridad, he sido grande en la grandeza;
caí en el amor y guardo aún memoria
de su más simple lenguaje.
Tiempo,
estoy cantando ahora porque sólo quien loa y canta
te destruye.
Con este puño de años, sobre esta piedra lunar escribo
lo que advendrá; sobre esta piel curtida de morueco relataré
cómo de peñasco en peñasco el agua cae y desaparece.
Silencio. Suena el caracol hasta que los honderos acaban de lanzar
siete veces sus piedras a las siete colinas estrelladas.
Y así es como mi alma queda escrita, tatuada y seca
como el cuero de un enorme tambor
que han de batir mañana
Silencio. El alcaraván canta a lo lejos.
Amigos, hermanitos pequeños, escriba de mi tiempo llamadme.
Juan Bañuelos