ENERO ERA LA HIERBA
El sur está en mis lágrimas
mientras la lluvia piensa en mis ausentes.
Las alas del más pequeño pájaro
se pierden en la boca del viento
y tú, mi hora augural, desciendes tímida
entre tantos recuerdos.
Aquí están todos. Vienen
reunidos por el tiempo, cojeando entra la niebla
y entre quejidos lentos.
Los ojos del venado ariscos nos delatan,
y alrededor del fuego
con los ojitos tiernos de la hierba
nos ha reunido Enero.
Ya nadie falta.
Y sentados en medio del patio de la casa
nos inunda la brisa de los amigos viejos.
El antiguo reloj todavía anda
navegando sobre su mar de espejos
y el aire suena allá afuera buscando
las manos de algún buen sepulturero.
(Sólo la llave abierta del estanque
hiere al silencio con un golpe terco).
Ya nadie falta. Y una voz de invierno
se suspende en el aire como rama:
—La mesa está servida,
Arminda, Ernesto, Juan, Jorge y Humberto.
Y con la voz del padre se renuevan
las hojas lentas del naranjo seco.
Juan Bañuelos