Canto muerto del mediodía
que ni a la noche la esperó
ni a la aurora contempló.
En las inmensas retiradas
me desbando aterrado,
en las inmensas convocatorias
integro en las masas corales.
Oyente de todos los discursos,
asistente a todos los Te-Deums,
aprovecho las grandes ocasiones,
ingreso en correccionales,
reaparezco indultado
en las conmemoraciones
más antiguas, soy el muerto
que no piensa, que no renuncia
a su puesto entre los tiempos.
Cubre mi cabeza inmenso sombrero.
Cierra mi cuello botón de nácar.
Reviento mis cafés de cazalla.
Se abre mi boca albañal de perfumes.
José Antonio González-Haba