EPÍLOGO
Di que mi amor ha muerto de una forma habitual,
aunque tú, por la espalda, le clavaste un puñal.
Lo enterraremos juntos, sin pesar ni alegría,
aunque yo sólo sepa que vive todavía.
Pero no intentes nunca remover esa fosa:
Déjala abandonada; déjala silenciosa...
pues si un día la abrieras, tu mano desleal
no hallaría otra cosa que tu propio puñal.
José Ángel Buesa