MÁRMOL Y CARNE
Al comenzar la escalera
Del castillo solariego,
Se ve una estatua de mármol
De hermoso y turgente seno,
De líneas y formas puras,
De ensortijado cabello,
Y labios donde parece
Que están dormidos los besos.
Tostado por los ardientes
Soles del África, un negro,
Cuando declina la tarde
A la estatua llega trémulo,
Y clava en ella los ojos,
En donde hierve el deseo;
Enajenado la abraza,
Y los labios contrayendo
Lleva las crispadas manos,
Como en delirio a su pecho.
¡Cuántas veces cuando a solas
Lloro en mis noches sin sueño,
Tus desdenes, tus traiciones,
Y arde en mi alma el infierno
De un amor sin esperanza
Y la fiebre de los celos,
Viene a la memoria mía;
Negro y trágico el recuerdo,
De aquel corazón de mármol,
De aquel corazón de fuego!
Ismael Enrique Arciniegas