PERRO ESPECTRAL
A Rufus
Lo vi venir corriendo por el aire
en respuesta a la voz que lo llamaba en vida.
Todo era luz en las praderas de la tarde.
Todo era ausencia en los cuerpos presentes en la calle.
Su pelambre amarillo estaba descolorido;
sus orejas negras, transparentes.
A mi lado ya no emitía los ruidos
con que celebraba mi retorno después de las separaciones,
ni corría de un lado a otro para festejarme.
Jadeó su afecto y me extendió la pata.
Yo atravesé su pecho con la mano,
yo acaricié su hocico inconsistente;
sus mandíbulas estaban desencajadas
y sus ojos abiertos ciegos.
No sé adónde se había ido desde aquella noche
en que lo dejé dormido a la puerta de mi cuarto
y al amanecer no lo encontré esperándome.
Venía de un lugar donde no hay comida
y para beber sólo hay luz oscura.
Como a una sombra nadie
lo había llamado por su nombre.
Rápidamente nos reconocimos.
Le puse la correa roja en el cuello
y con la pata impalpable abrió la puerta.
Era hora de su paseo y salimos a la calle.
Pero en la esquina, nos desvanecimos.
Homero Aridjis