DESTRUCCIÓN
A mi asilo de brumas avisaron
que yo tenía que enterrar un muerto.
Preparé la argamasa, el mármol yerto.
Una vez y otra más y otra clamaron.
Mis pies en las baldosas resonaron
poderosos, seguros. Y estoy cierto
de haber salido a un lúgubre desierto.
Cesaron de llamar. Ya no llamaron.
Trascendía a carroña, a muerto hediondo.
Cavé con furia y me enterré en el fondo.
Me enterré sin piedad y huí muy lento
de la inmensa planicie congelada.
Después, ni un ruido, ni dolor ni nada.
Sombras arriba. En la llanura el viento.
Germán Pardo García