ELEGÍA DE LAS PALABRAS
Nos siguen voces mustias,
inconexas, lejanas,
del color de los cirios
sin la flor de la llama.
Ocultamente viven
en la tez escarlata
de los labios aéreos,
inmóviles como alas
de lentas mariposas.
De pronto se abren rápidas,
para cerrarse en climas
de misteriosa calma.
Vuelven a abrirse súbitas,
y son como parásitas
de selvas guturales,
audífonas y mágicas.
Y vuelven a cerrarse
sumisas; y traspasan
libidental orilla
de nieves y de granas.
Se alejan de los tímpanos,
envueltas en las gasas
de acentos y de músicas
y espíritus que vagan.
Sedientas de silencio,
perforan las murallas;
se van como espirales;
se desintegran, pasan
girando en las elípticas;
se tiñen de invioladas
auroras superiores;
sus números enlazan
con todo lo absoluto
de cifras y distancias.
Tal vez alumbran solas
por siglos, como brasas
de estrellas abolidas,
o púrpuras precarias,
hasta que al fin sintiéndose
remotas, inhumanas,
recuerdan longitudes,
descienden y reclaman
calor para su hielo;
raíz para su savia;
salud para el estrago
que albergan enigmáticas.
Y asedian los oídos,
insisten y taladran;
circulan como vientos;
aturden como ráfagas;
y oscuras y furtivas
y agónicas, se abrazan
a las dormidas lenguas,
y nuestros labios hablan
sin saberlo, un idioma
de vidas apagadas;
de abecedarios grises
y exangües consonancias;
de muertos que regresan,
de sombras y de nada.
Germán Pardo García