ELEGÍA DEL TACTO
Es el instante en que la sumergida flor del tacto,
la flor única,
de pétalos móviles
distribuidos en los dedos,
se inclina suavemente para soñar.
Y sueña.
El tacto
sueña
con térmicos y largos promontorios,
y con profundidad de terciopelos
a nivel de latentes superficies.
Toca las perlas que no hallamos en las bajas mares
del ser líquido.
Sepárase del cuerpo y así la flor del tacto
sostiénese en atmósferas astrales,
y danza
como la luz,
el tacto
danza
en un difuso mundo de sedas y de espinas.
La piel tiene ese ambiguo color de la hierba madura
en la sombra.
Las voces del día
duermen,
coronadas de musgos silenciarios.
Tenue respiración impulsa el pecho,
como rosada y tibia nave por mar híbrido.
Los párpados se abren y cierran lentamente
como valvas de hipnóticas conchas,
y el tacto,
la flor única
y espectral, incolora, alimentada
por honda sangre aérea,
crece.
Y su nocturna hostia multiplica
sobre el tallo de la absoluta calma.
Germán Pardo García