LA MORADA
En la casa que al linde soberano
abre su puerta, alzó tu poderío
columnas de oro; y en el gozo mío
creció la gracia de tu amor cercano.
Junto al umbral y allí donde la mano
se entrega con el pan y el albedrío,
la restaurada fuerza del estío
mostró en las frutas su vigor humano.
Y tú, el amor, estabas en el seno
de aquella luz cuyo fulgor sereno
ungía las ventanas espaciosas.
Tú, el amor, en la casa convertida
por el amor, en ara de la vida,
eterna en sus verdades luminosas.
Germán Pardo García