EL CORDERO PERDIDO
Decid, pastores, respondedme pronto;
Así los Cielos abundantes crías,
Selvas umbrías, y delgadas aguas
Os den en pago.
¿Visteis acaso por el verde prado,
Ó entre las matas escondido, o muerto
(Que ando por cierto detrás de él cansado)
Mi corderillo?
Yo le criaba con cuidado sumo,
Con yerbas tiernas, y con pan sabroso
Para que hermoso, regalado, y grueso
Se mantuviera.
Porque pensaba por ofrenda darlo
En aquel día, que nació mi Amira;
La que suspira por tenerle, y quiero
No disgustarla.
Ella ya tiene prevenidas cintas
Finas, hermosas, y de mil colores;
Y con primores por sus dedos hechos
Graciosos lazos.
Porque en los lomos, en la frente, y cola
Piensa ponerlos por adorno, y gala,
A ver si iguala su belleza suma
Otro ninguno.
Pensáis acaso, que mintiendo vengo,
Tratando engaños; no por cierto, amigos,
Pues por testigos, que me abonen, traigo
Estas sus señas.
Tiene su lana cual la pura leche,
Que sale hirviendo de la hinchada teta,
Cuando la aprieta el zagalejo, y cae
Dentro del cuenco.
El cuerpo es chico, bien formado, y limpio;
Frente redonda con los ojos vivos;
Y tan activos que parece arrojan
Ardientes chispas.
Las manos cortas, extendida cola;
Y un lunar negro, que parece estrella,
Su boca sella, y en su frente hermosa
Otro lo mismo.
Y es tan mansito, que agarrar se deja
De todo el mundo, que le halaga, y toca
El cuerpo, y boca, sin moverse en tanto
Que le acarician.
Y si es acaso que le habéis vosotros,
Soltadle al punto; que vendrá corriendo,
En conociendo que con voz amante
Su amo le llama.
Gaspar María de la Nava Álvarez, Conde de Noroña