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EPÍSTOLA SEGUNDA
AL ABAD DE VALCHRETIEN MR. D'EYMAR

Sequor, et qua ducitis adsum.
(Virgilio, Eneida, lib. II).

Mientras te alejas de la verde orilla
querido Eymar, del caudaloso Betis,
huyendo de los brazos de tu amigo;
y en tanto que atraviesas los confines
de una y otra provincia, sus estudios,
sus leyes y costumbres meditando;
mientras, lleno de un ansia generosa
de conocer al hombre, le examinas
por los distintos climas donde mora,
lejos vagando de la dulce patria;
permite que, admirada de tu celo,
siga mi musa tus ilustres huellas,
y te acompañe por los ricos campos
de Astigi, que con giro majestuoso
fecundiza el Genil, y hasta las puertas
te siga, por do entraron tantas veces
el ayo de Nerón y el numeroso
cantor de los farsálicos horrores;
que en pos de ti discurra el ancha falda
de los Marianos montes, patria un tiempo
de fieras alimañas, y hoy milagro
del arte y de la industria; que penetre
por los sedientos campos de la Mancha,
tumba del Guadiana memorable,
no hollados ya de héroes ni gigantes;
que te acompañe, en fin, hasta que pueda
besar contigo la imperial corriente
del pobre y respetado Manzanares.
Permítela también que al lado tuyo
pise después con planta temerosa
el suelo carpentano, la dorada
arena de Carpento, do tuvieron
su cuna y su mansión mil altos reyes.
Juntos allí veremos las grandezas
del imperio español, y reducidos
a muy breve recinto, admiraremos
el sudor y opulencia de dos mundos.
Luego entraremos tímidos del trono
que ocupa Carlos a la augusta gloria,
y asentados verás allí a su diestra
la religión, el celo, la justicia,
la piedad y el amor, firmes apoyos
de su poder, su gloria y ornamento.

   De su real familia en los semblantes
verás la tierna humanidad pintada,
cautivando mil almas, y el glorioso
espirtu varonil del cuarto Carlos,
sucesor destinado a sus virtudes
y su trono, y objeto ya constante
de amor a los hispanos corazones.    
Después que beses las augustas manos
con labio reverente, y reflexivo
tanto esplendor y majestad contemples
huiremos de allí, no sea que al soplo
del aire palaciego algún maligno    
influjo dañe a tu alma generosa;
huiremos de allí, y atrás dejando
la oficiosa ambición, el necio orgullo,
la negra envidia, el fraude, la lisonja
y otros aúlicos monstruos, a más dignos
objetos volveremos nuestros ojos.

   Mas bien será que en la intrincada senda
del matritense laberinto guíe
la alma filosofía nuestros pasos;
la alma filosofía, a cuyas voces
tan avezada, Eymar, está tu oreja.
Con ella subiremos a los templos
do tiene culto Astrea, y do del numen
atentos a la voz de sus oráculos,
la infalible sanción escucharemos.
Allí verás, sentados a la sombra
del solio, en alto escaño, a los severos
ministros de la diosa, con oscuras
y luengas vestiduras ataviados;
de la suprema voluntad del numen
son órgano sus bocas, y dos mundos
ven su felicidad de ellas pendiente.
El celo del bien público las abre
y las hace elocuentes, y del numen
calor e inspiración reciben sólo.
Pero si alguna, al interés movida,
profana la verdad; si ves que usurpa
la mentira tal vez su santo adorno;
si el dolo, si el arbitrio introducidos
vieres en el congreso, Eymar, ¡oh, huye,
huye de allí con planta presurosa!
Huyamos. ¡Ah, no sean de la impura
profanación testigos nuestros ojos!
Huyamos a buscar a los tranquilos
alumnos de Sofía en su gimnasio.

   Pasado el ancho foro y los umbrales
del alto consistorio, los veremos
trabajar por el bien de sus hermanos
sin fausto, sin escolta, sin señales
de imperio o dignidad: sólo al provecho
los verás de su patria consagrados.
El patrio amor preside las sesiones,
él sólo los congrega, los inspira,
los inflama, los guía y los corona.
El pobre labrador, a la inclemencia
del sol y el viento expuesto, y de las lluvias;
en su taller el mísero artesano;
el rico mercadante en su trastienda,
o bien del bravo mar entre las ondas,
objeto son de su incesante estudio.

   Mira aquél que entre todos sobresale
con cana cabellera y luengas ropas,
encendido el semblante, y penetrado
de patriótico celo. Aplica atento
tu oído a sus discursos; ya resuenan
en ambos hemisferios sus clamores.
La patria está a su diestra, y con la suya
le ofrece una corona. ¡Vive, oh ilustre
alumno de Sofía! ¡Vive, y goza
el tributo de gloria y de alabanza
que te ofrece la patria, mientras el cielo
labra más alto premio a tus virtudes!

   Mira también entre los mismos muros,
Eymar, otros alumnos de Minerva,
deteniendo del tiempo el raudo curso;
míralos renovando la memoria
de los pasados héroes, sus nombres
a los siglos futuros perpetuando.

   Otros allí verás, atentos siempre
a conservar la gloria y la pureza
del lenguaje español, de sus dominios
las ajenas y bárbaras palabras
y las espurias frases desterrando.
Admíralos, Eymar, mientras muy dignos
de eterna gratitud, al bien consagran
de su patria y hermanos sus fatigas.

   Ven conmigo después a la ancha casa
do están depositados los milagros
de arte y naturaleza. ¡Dulce amigo!,
ve aquí de tu atención dulces objetos.
Cuanto produce el ámbito espacioso
de uno y otro hemisferio, en aire, en tierra,
en fuego, en mar, aquí verás cifrado.
Sacia tu sed, y por las varias clases
de entes, o ya perfectos o monstruosos,
ricos, raros, hermosos o terribles,
tiende la experta y penetrante vista.
Carlos redujo toda la natura
a tan breve recinto. También mora,
gracias a su piedad, con ella el arte;
el arte, imitador de la natura,
pues cuanto ella produce y perfecciona
la mano del artista imita diestra,
en lienzo, en piedra o en sempiterno bronce.
¡Oh, benéficas artes, que el muy Alto
para alentar a la virtud produjo!
¡A vosotras es dado solamente
el hacer inmortales! ¡Almas grandes,
corred al heroísmo! Vuestros nombres
ya no irán con vosotros al sepulcro:
Carlos hará que vivan respetados
en la posteridad, y en vuestra muerte
no moriréis del todo.
Pero vamos,
Eymar, y nuestros pasos a más dulces
objetos dirijamos, también dignos
de tu especulación. Amables ninfas
del claro Manzanares, salid prontas,
salidnos al encuentro, y por un rato
permitidnos llegar a vuestros coros.
¿No ves, Eymar, la gracia y gentileza
que brilla en sus semblantes? La alma Venus
su imperio les cedió; su dulce imperio,
sobre esforzados pechos ejercido,
donde viven esclavos los más altos,
nobles y generosos corazones.
Ea, pues, moradoras de Carpento,
venid, y con guirnaldas de odoroso
mirto tejidas, y de verde hiedra,
venid y coronad al nuevo huésped;
venid a coronarle, y pues su lira,
diestramente tañida tantas veces
a orillas del Secuana, fue embeleso
de sus graciosas ninfas, de vosotras
logre también el galardón debido.

   Llega, Eymar, nada temas: el agrado
es su virtud genial. ¡Ah, si al hechizo
de sus ojos resistes; si no rindes
tu albedrío al imperio de sus labios;
si las ves, si las oyes con tranquilo
y libre corazón...! Guárdate, oh amigo,
guárdate de pasar por insensible;
guárdate... Mas permite que mi musa
vuelva sus pasos a la fresca orilla
del Betis, do, quejosas de esta ausencia,
la esperan ya las ninfas sevillanas.

autógrafo

Gaspar Melchor de Jovellanos


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Obras Completas. Tomo I. Edición de José Miguel Caso González. Centro de Estudios del siglo XVIII e Ilustre Ayuntamiento de Gijón. 1984