EL ÚLTIMO ACENTO DE MI ARPA,
A MI QUERIDA AMIGA LA SEÑORITA DOÑA LEOCADIA DE ZAMORA.
Lo siento ¡oh amiga! mi mente
Ya pliega sus alas,
Marchitas sus galas,
Pasado su abril.
El tiempo en su rápido giro
Se lleva veloces
Mis plácidos goces
De edad juvenil.
No hay ya para mi poesía
De vagos dolores,
De ardientes amores,
De inmenso anhelar.
La luz de mi genio se vela,
Se apaga mi acento,
No admiro, no invento,
No puedo cantar.
Ya mustia la flor de mi vida
No vierte fragancia:
Su antigua arrogancia
Perdió el corazón.
Mas antes que rompa las cuerdas
De mi arpa sonora,
Por ti tiene ahora
Fugaz vibración
A ti, mi Leocadia, dedico
Su canto postrero,
Cual leve y sincero
Tributo de amor.
¡Tal vez, como el cisne, mi genio
Dará en su agonía
Más dulce armonía,
Sonido mejor!
¡Tal vez como el sol, que en ocaso
Más bello parece,
La voz que enmudece
Más grata será!
Yo al viento de otoño la entrego,
Cual la hoja caída
Que en su ala mecida
Volando se va.
* * *
¡Del Tínima esbelta ondina!
¡Rosa del trópico ardiente!
¡Pura estrella de occidente!
¡Sirena hermosa del mar!
¡Yo quiero mostrarte mi afecto ferviente!
¡Yo quiero en mis versos tu gloria fijar!
Cuando parte de tus ojos
Un rayo de amor divino,
Que el sol se corre imagino
De no poderlo imitar:
¡Así será siempre tu fausto destino,
A cuanto mas brille vencer y eclipsar!
Cuando exhalas de tus labios
Los dulcísonos acentos,
Fuentes, aves, mares, vientos,
Se suspenden a la par;
Que no hay en natura tan varios concentos
Como esos que sabes tu sola formar.
La noche envidia la sombra
De tu profusa melena;
Mas que la luna serena
Se ve, bajo ella brillar,
Con mágico encanto tu frente morena,
Que regia corona merece llevar.
Donde se graban tus huellas
Brotan rosas y alelíes;
En el lugar donde ríes
Va la aurora a despertar,
Y aljófares muestras, partiendo rubíes,
Que nunca sus perlas podrán igualar.
¿Quién te excede en donosura?
¿Quién te copia en gallardía...?
¡En la Grecia se alzaría
Para tu culto un altar,
Y en ti más sublime deidad gozaría
Que aquella nacida del seno del mar!
Mas hoy que humilla al Olimpo
Divinidad soberana,
De los ángeles hermana
Te puede el cielo llamar,
Y el mundo te aclama beldad sobrehumana,
Que huella la tierra queriéndola honrar.
El genio anima tu mente;
La virtud rige tu alma;
Por eso pasión y calma
Unidas sueles mostrar;
Y llevas do quiera del triunfo la palma,
Y puedes modesta tu gloria olvidar.
¡Rosa del trópico ardiente!
¡Del Tínima esbelta ondina!
¡Quisiera tu voz divina
Para poderte ensalzar;
Pues siento la mía turbada y mezquina,
Y solo en silencio te debo admirar!
Mas si algún eco del arpa,
Que hoy a romper me decido,
Logra vencer al olvido
Y al voraz tiempo burlar,
A par de mi nombre tu nombre querido
Por siglos futuros se oirá resonar.
¡Que yo en mi canto proclamo
Que, bajo de humano velo,
Un ángel mora en el suelo
Para mis penas templar,
Y haré que la fama lo extienda en su vuelo,
Por cuanto el sol mira y abarca la mar!
Noviembre de 1850
Gertrudis Gómez de Avellaneda