CÁNTICO SACADO DE VARIOS SALMOS
Mortíferos vapores
En brazos respirando del infierno;
El cuerpo quebrantado de dolores
Por torcedor interno;
Humillada mi frente
Entre vil fango y despreciable escoria,
Vi al enemigo alzarse, e insolente
Proclamar su victoria.
Mas ya en el trance extremo,
Opresa de la muerte en firme lazo,
Alcé mi voz al defensor supremo
Implorando su brazo.
Llegó mi grito al cielo,
Aunque de alzarse a tal altura indigno:
Llegó veloz ai Dios de mi consuelo.
Que lo escuchó benigno.
Oyolo y vio mi afrenta
Desde la excelsitud de su almo trono:
De mis males le di prolija cuenta
Y miró mi abandono.
Oyolo, y de mi vida
Se erigió defensor; se alzó indignado;
Y retembló la tierra, estremecida
Por su soplo abrasado..
Al calor de su saña
Se deshizo en centellas la alta esfera,
Y rodó de su asiento la montaña
Como líquida cera.
Bajo sus pies las nubes
Se desplegaron cual suntuoso velo,
Y en alas de los fúlgidos querubes
Él remontó su vuelo.
Su rápida saeta
Hirió a la muerte con mortal herida,
Y del contrario intrépido, sujeta
Fue la cerviz erguida.
Ya del cieno sacada
Libre y en salvo por mi Dios me miro;
Pues el oyó, como de la hija amada,
De su sierva el suspiro.
Por su clemencia sola
Me dio consuelo, restañó mi llanto...
¡Y hora me ciñe espléndida aureola
De regocijo santo!
El mismo abriome paso
Entre malezas de mi senda oscura;
Pues nunca le encontró de amor escaso
Su tímida criatura.
El me dará enseñanza
Y acataré su fuerte disciplina;
Porque está ¡oh Dios! segura mi esperanza
En tu bondad divina.
Volvieron las espaldas
Mis enemigos al sentir tu trueno;
Mas como infante a las maternas faldas
Yo me acogí a tu seno.
¡Oh cuán grande tu gloria
Brilla en las obras de tu mano fuerte!
¡Tú eres, señor, el Dios de la victoria!
¡Tú eres juez de la muerte!
El cielo te proclama
Con voces que comprende el universo;
Pues tuyas son las luces que derrama
El sol, tu espejo terso.
El sale a tu mandato,
Cual nuevo esposo del caliente lecho,
Y el nocturno vapor, al fuego grato
Es en perlas deshecho.
Natura palpitante
Nuncio le aclama de tu amor fecundo,
Y él va corriendo a paso de gigante
La redondez del mundo.
Un día al otro día
Manda, ¡oh Señor! que tu poder alabe:
Y la noche a la noche anuncia pía
Tu majestad suave.
¿Quién a ti semejante,
¡Oh vengador de brazo omnipotente!
Si de tu augusta santidad delante
No hay ángel inocente?
¿Quién como tu benigno?...
¿Quién como tu piadoso y justiciero?...
Mas no es mi labio de ensalzarte digno;
Solo adorarte quiero.
Adorarte es mí anhelo,
A ti, quebrantador del yugo infame;
Dale tú mismo al corazón el celo
Con que quieres te ame.
Amarte debo, ¡oh Fuerte!
¡Oh Soberano! ¡oh Triunfador! ¡oh Eterno!
¡Porque tu brazo domeñó a la muerte,
Y acerrojó al infierno!
Noviembre de 1847
Gertrudis Gómez de Avellaneda