LA CLEMENCIA
ODA
Sentí tu gloria y la canté al momento.
ARRIAZA.
Al impulso del numen que me inspira
Rebosar siento en la encendida mente,
Cual férvido torrente,
El estro abrasador. ¡Dadme la lira!
¡Dádmela, que no aspira
Con mezquina ambición mi libre musa
A enaltecer ilusa
Las glorias de la guerra,
Cuyas palmas rehúsa
Teñida en sangre la asolada tierra!
No templo al eco del clarín mi acento,
Ni al compás triste entonaré mis cantos
De gemidos y llantos
Que riego son de su laurel sangriento.
Yo doy al vago viento
Voces más dignas del castalio coro:
Yo canto en lira de oro
La gloria más sublime,
De disipar el lloro
Y consolar la humanidad que gime.
Canto, y al par de mis acentos se alza
De todo un pueblo el jubiloso grito,
Y oigo do quier bendito
El fausto nombre que mi voz ensalza.
¿No miráis cuál realza
Su antiguo resplandor el Solio hispano.
Cuando del Carpetano
Monte en los antros huecos,
Hasta el confín lejano
¡Bendición a ISABEL!
¿claman los ecos?
¡Bendita, sí, la que en la excelsa cumbre
De la grandeza y de la dicha humana,
La mano soberana
Tiende para aliviar la pesadumbre
De tanta muchedumbre
Que aflige a su nación, de acerbos males,
Y a ilusos criminales
Compasiva perdona,
Dando con rasgos tales
Nuevo y digno florón a su corona!
No, no es dictar al universo leyes
La esclarecida gloria de un monarca,
Ni en cuanto el mar abarca
Al yugo sujetar humildes greyes:
La gloria de los Reyes
Es dispensar de la justicia dones;
Es llevar corazones
Por regia comitiva;
Es alzar bendiciones
Donde su voz patíbulos derriba.
Y esa tu gloria es, virgen augusta,
Que reinas en el trono venerando
Que del tercer Fernando
Aún brilla con la fama excelsa y justa.
Cuando con faz adusta
La ley severa decretó suplicio,
A los que al precipicio
Llevara la desgracia,
Por tu labio propicio
Salvolos la piedad, diciendo ¡GRACIA!
¡GRACIA! y un pueblo respondió a tu acento:
«¡Bendiciones a ti, beldad suprema!
Tu fúlgida diadema
Es a mi vista, en tiempo turbulento,
Como en el firmamento
En noche de pavor lucero claro:
O cual propicio faro
Que puerto amigo ofrece,
Al que ya sin amparo
Entre irritadas olas desfallece.
»El cetro, de poder temible signo,
En esa mano angélica y suave,
Es la sagrada llave
Que abre las puertas del perdón benigno.
Si por tributo digno
Llanto de amor y gratitud lo baña,
No temas, que no empaña
Su resplandor brillante,
Y al suelo de tu España
Es ese llanto riego fecundante».
¡Sí, noble suelo hispano, él te fecunde
Y haga brotar tus lauros inmortales!
De los labios reales
Aquella voz, que por tus campos cunde,
Es aura que difunde
De la mas bella flor plácido aroma:
Eco de otra paloma
Que nueva oliva alcanza,
Y te anuncia que asoma
Por tu horizonte el iris de bonanza.
Y tú ¡ISABEL! que escuchas sus loores,
Grato tributo que a tus pies presenta,
¡Tú, su esperanza alienta!
Que al soplo de tus labios bienhechores
Se estingan los rencores;
Las ambiciones al nacer se aterren:
Que a los que insanos yerren
Tus piedades confundan,
Y en las tumbas que cierren
Partidos y odios para siempre se hundan.
Dichosa entonces la nación, que cuna
Fue de Pelayos, Cides y Guzmanes,
A más nobles afanes
Consagrará su esfuerzo: hará se una
A su antigua fortuna
De sus desastres útil experiencia;
Y grande por su ciencia
Y grande por su gloria,
La antigua preeminencia
Recobrará que consignó en su historia.
¡Recobrarala, sí! Pues en ti admira
De la magna ISABEL renuevo ilustre,
Por su pasado lustre
No en vano ya con ansiedad suspira.
¡Lo reclama, te mira,
Y al porvenir se lanza sin recelo,
Cual ave coronada
Que remontando el vuelo
La impávida mirada
Fija en el sol y piérdese en el cielo!
Junio de 1845
Gertrudis Gómez de Avellaneda
NOTA DEL EDITOR: Esta composición y la que a ella sigue, fueron escritas para el certamen público que celebró el Liceo artístico y literario de Madrid, a propuesta del Señor D. Vicente Bertrán de Lis, y con objeto de rendir el justo tributo de alabanza a la real clemencia de nuestra augusta Soberana, que se había dignado indultar de la pena de muerte a varios sentenciados por causas políticas. Las dos composiciones que aquí se insertan fueron declaradas dignas de premio, por los Señores que componían la comisión de censura, y aunque la autora hizo renuncia de uno de ellos, bastándola para su satisfacción el lisonjero fallo que había sido pronunciado por jueces tan respetables, la junta gubernativa del Liceo resolvió adjudicárselos, por unanimidad de votos, acompañándolos además con dos coronas de laurel que la autora tuvo la honra de recibir de las augustas manos del Srmo. Señor Infante D. Francisco de Paula, quien, por hallarse ausente de Madrid S. M. la Reina, presidió la solemne sesión que con dicho objeto celebro el Liceo.