AL DESTINO
Escrito estaba, sí: se rompe en vano
Una vez y otra la fatal cadena,
Y mi vigor por recobrar me afano.
Escrito estaba: el cielo me condena
A tornar siempre al cautiverio rudo,
Y yo obediente acudo,
Restaurando eslabones
Que cada vez más rígidos me oprimen;
Pues del yugo fatal no me redimen
De mi altivez postreras convulsiones.
¡Heme aquí!, ¡tuya soy! dispón , destino,
De tu víctima dócil. Yo me entrego
Cual hoja seca al raudo torbellino
Que la arrebata ciego.
¡Tuya soy!, ¡heme aquí!, ¡todo lo puedes!
Tu capricho es mi ley: sacia tu saña:
Pero sabe, ¡oh, cruel!, que no me engaña
La sonrisa falaz que hoy me concedes.
Junio de 1844
Gertrudis Gómez de Avellaneda