EL DÍA FINAL
¡Cumpliéronse los tiempos! De sus obras
Retira el Criador su excelsa mano,
Y aquella voz que enfrena al Oceano,
Terrible e indignada,
—¡Toma! (dice a la nada),
Cuanto de ti saqué de mí recobras!—
Y alzando el ángel de la muerte el vuelo
Por los inmensos campos del vacío,
Raudo, entre nubes de color sombrío
Que al sol envuelven en luctuoso velo,
De planeta en planeta
Pasa llevando la sentencia dura,
A que el supremo artífice sujeta
De su poder la portentosa hechura.
Rota la ley que ordena el movimiento
De innumerables mundos
Por la vasta extensión del firmamento,
En vértigos profundos
Se escapan de sus órbitas, y errantes,
Tristes y oscurecidos
Sus destellos brillantes,
Vagan entre tinieblas confundidos,
Sin rumbo ni compás. Los elementos,
Pugnando por romper los eslabones
De mil combinaciones
A que yacen sujetos,
Entre sí luchan con esfuerzo horrible,
Y estremecido el orbe
Levanta un hondo y pavoroso grito,
Que el espacio infinito
En sus entrañas lóbregas absorve.
¿Dó está el mísero globo
De los hijos de Adán? La sombra envuelve
Ese punto mezquino
De la gran creación que se disuelve,
Y, cual hoja que arrastra el torbellino,
En el éter voltea
De sus robustos ejes desquiciado,
Hallando solo funeraria tea
En ese sol ya lívido y nublado.
iEscuchad, escuchad! por las ciudades
De las artes emporios,
Rugiendo van los tigres y panteras:
Las aves carniceras
Refúgianse en magníficos cimborios
De alcázares y templos, y en las grutas
De sanguinarias fieras,
Hermanos contra hermanos
Frenéticos se lanzan los humanos.
¡No hay amor, no hay piedad! Del furor ciego,
Del profundo pesar, del negro espanto,
Los afectos suaves
Huyendo van; y del infante el ruego,
De la virgen el llanto,
Y del anciano los acentos graves,
La desesperación en vano escucha....
¡Naturaleza con la muerte lucha!
¡Espectáculo atroz! la mar devora
Campos y pueblos, que no dejan rastros,
Y se alza bramadora
Amenazando al cielo,
Como si el apagar fuese su anhelo
La ya marchita lumbre de los astros.
En tanto de la tierra
La ponderosa mole
Su turbulencia imita;
Varágines inmensas abre y cierra,
En convulsión se agita,
Y cual flexibles cañas
Doblan su s crestas ásperas montañas.
¡Mas huye ya la lobreguez! El Éter
Súbito se ilumina;
Y despejando el sol la roja frente,
De su centro desata
Volcánico torrente,
Que en infinito incendio se dilata.
Interminable trueno
Rueda en aquel ignífero Oceano;
Chocan, crujen, se rompen los planetas,
Que en el hirviente seno
Giran, como en el mar náufragas naos;
Crece el incendio, el cielo se desquicia,
¡Y a una señal de la eternal justicia
Se hunde la creación, y torna el caos!
¡Reina la eternidad! sobre los mundos,
Devueltos a la nada.
El almo tron o del Señor se asienta:
Yace a su s pies la muerte encadenada,
Rota en su mano inerme
La guadaña sangrienta,
Y el tiempo inmóvil a su lado duerme!
Marzo de 1843
Gertrudis Gómez de Avellaneda