LA SERENATA
Todo en sosiego reposa,
Reinan silencio y quietud
Y a la reja de una hermosa
Resuena acorde un laúd.
Cuelga la luna del cielo
Cual lámpara circular,
Y al través del negro velo
Se ve su lumbre rielar,
Solo el céfiro murmura
Acariciando a la flor,
Mientras canta con ternura
El insomne trovador.
* * *
Ingrata señora
De un alma rendida.
No acabe mi vida
Tu fiero desdén,
El llanto que vierto
Mi vista oscurece,
Mi tez palidece
Marchita mi sien.
Mil veces mi pena
Te dijo mi canto,
Mil veces mi llanto
Miraste brotar:
Mas ¡ay! ni escuchaste
Mi trova doliente,
Ni el lloro ferviente
Quisiste secar.
¿Por qué así desprecias,
Hermosa, la llama
De un pecho que inflama
Tu pura beldad?
¿Es ¡ay! tan pequeña?
¿Tan poco te ofrezco
Que solo merezco
Desdén y crueldad?
Un alma te rindo
Que encierra un tesoro
Más noble que el oro
De precio mayor:
Pues es de ilusiones
Hermosas, radiantes,
De sueños brillantes
De gloria y de amor.
Un tesoro, amada,
Que nunca se agota,
Tesoro que brota
De genio inmortal:
Tesoro más digno
De virgen belleza,
Pues da la riqueza
De un mundo ideal.
A pechos vulgares
Da el oro fortuna
Y al vate en la cuna
Le vierte ilusión.
Para él son los cielos
Los campos, las flores,
Para él los amores
Más fúlgidos son.
Si luce la luna,
Si cantan las aves,
Si aromas suaves
Despide la flor;
Si clara y sonora
Resbala la fuente
Con plata luciente
Sulcando el verdor:
Si brilla cuajado
Nocturno rocío,
Si en ondas del río
Refleja la luz;
Si tiene la aurora
Benignos albores,
El sol resplandores,
La noche capuz;
Si silvan los vientos,
Si el mar se enfurece,
Si al mundo estremece
Feroz tempestad...
¡Todo es para el vate!
Su genio inspirado
Hermosa ha creado
La estéril verdad.
Ven, llega ¡oh amada!
Y enlaza en mi frente
Al lauro esplendente
Los mirtos de amor:
Y reina en un alma
Que vale un tesoro,
Más noble que el oro,
De precio mayor.
* * *
Suspenso su canto deja
Un momento el trovador,
Porque percibe en la reja
Ligerísimo rumor.
En ella clava los ojos
Con amorosa ansiedad
Y aguarda puesto de hinojos,
A su adorada beldad.
Ya distingue sus pisadas,
Ya a la reja se llegó...
¡Oh placer! con sus miradas
Las tinieblas disipó.
Ya la contempla y bendice
El trovador su laúd,
«¡Dichoso mi canto!» —dice—,
«Dichosa ya mi inquietud!
Por fin ablandó mi ruego
Dueño hermoso, tu rigor,
Y templar quieres el fuego
De mi delirante amor.
»¡Ven, amada! 1
Tu hermosura,
Mi ventura
Cantaré:
Y a los siglos
Tu memoria
Con mi gloria
Dejaré».
* * *
¡Oh sorpresa! en el instante
Una risa se escuchó
Y con desdén insultante
La tirana prorrumpió.
«Su tesoro de ilusiones
Guarde en buen hora el doncel,
Que desprecio sus canciones
Sus amores y laurel.
»En el mundo donde vivo
Tanta gloria inútil es,
Y yo un don más positivo
Pretendo ver a mis pies».
Cual caminante espantado
Por súbita tempestad
Queda inmoble el desdichado
Y se burla la beldad,
Que al mirar su vista inquieta
Le dice con irrisión:
—¿Qué habéis perdido poeta?
Y él responde —¡una ilusión!
—¿Y tal pérdida deplora,
—Ella dice— como un mal,
El que tantas atesora
En todo un mundo ideal?
—¡Ay! —le responde el cuitado
Con trémula y triste voz—,
Cuando una nos ha dejado
Otra nos sigue veloz.
* * *
Silencio profundo ya reina en la calle;
La hermosa tirana su reja cerró,
Y yo fatigada de largo desvelo
Al sueño demando su dulce favor.
Mas ¡ay! que en la mente mil tristes ideas
Se agolpan y cruzan en giro veloz, 2
Y mientras me agito buscando reposo
Un flébil ocento de nuevo sonó: 3
Escucho y conozco del vate infelice
Allá en lontananza la trémula voz,
Y tal me parece que un eco importuno
Divulga en su canto mi triste opinión.
«Es ¡ay! el poeta
Un ser peregrino
Que sigue el camino
Sin sombra ni flor.
Sueño es su esperanza,
Su dicha ilusoria,
Mentira su gloria,
Verdad... ¡¡su dolor!!»
1840
Gertrudis Gómez de Avellaneda
Aplicado el cambio de la fe de erratas de la publicación original, los versos publicados que se corrigen en ella era:
1 »¡Ten, amada!
2 Se agolpan y cruzan en grito veloz,
3 Un débil acento de nuevo sonó: