EL JILGUERO
«¿Por qué me dejas, ingrato?
Vuelve a mi voz, jilguerillo;
Y no pagues cual Damón
Mis cuidados y cariño.
Eras mi solo consuelo,
Eras mi mejor amigo;
Contigo partí mi lecho,
Mi seno te di por nido...
Noches enteras pasaste
En mi regazo dormido;
Y apenas rayaba el alba,
Me despertaban tus trinos:
Tú mis lágrimas veías,
Tú escuchabas mis suspiros,
A tí solo confié
El nombre del fementido...»
Así Flora se quejaba;
Mas vio en la rama de un mirto
Acariciando a su esposa
Al pintado pajarillo.
Envidia tuvo al mirarle;
Sintió su dolor más vivo;
Y prorumpió en estas voces,
Dando un profundo gemido:
«Sé feliz , ave inocente,
Con tu esposa y con tus hijos;
¡Que no hay ventura en la tierra
Si está el corazón vacío!»
Francisco Martínez de la Rosa