SONETO XLVI
Cuando esperaba el corazón y ardía,
Que hoy arde, mas arder ya será en vano
Por culpa de la airada injusta mano,
Que rompió el hilo a la esperanza mía;
Hermosa falda vi de blanca y fría
Nieve, tendida por un verde llano,
Tan pura que jamás sol, ni pie humano
Bañó tocando su beldad natía.
Bien la pude coger, bien cerca tuve
Con que amansar mi fuego, mas turbado,
Ya tendida la mano, me detuve.
En tanto ¿ay dónde? mi vecina gloria
Huyó cual sombra, o sueño, y no ha quedado
De ella sino el dolor y la memoria.
Francisco de Figueroa