ELEGÍA IV
Bien presto helaste, ¡ay fortuna fiera!
De mi esperanza el fruto verde y tierno:
Y mudaste mi alegre Primavera
En este seco y encogido Invierno.
Y en lugar de placer, cuando más era,
Sembraste llanto, y desconsuelo eterno:
Porque yo ejemplo de miserias sea
A cuanto ciñe el mar, y el sol rodea.
Mas nunca en tanto mal pudo tu mano
Enemiga quitarme este consuelo
A tan grave dolor flaco y liviano:
Mas así va cuando es contrario el cielo:
Que nunca bajo pensamiento vano
Tuvo en mi albergue; ni aquel blanco velo,
Que trae la santa y limpia fe vestido,
Jamás manchado por mi culpa ha sido.
Y ahora, cuando con más furia crece
Este dolor, del corazón cuitado,
Que cada día más brota y florece,
Cual nueva y tierna planta en fértil prado,
Por quien dulce y suave me parece
La amargura y furor del mal pasado:
¡Oh fortuna! me quitas con engaños
Este solo consuelo de mis daños.
Que aunque no puedo, ni podrá aspereza
Ni favor de cruel, o mansa estrella
Mi fe mudar, o en mi leal firmeza,
Por más golpes hacer pequeña mella:
Y aunque del alma noble en la limpieza
Nunca hizo accidente ménos huella:
¡Oh fortuna cruel! ¡qué me aprovecha
Si de mi fe y limpieza se sospecha!
Mas porque no aprovecha, antes no debe
Pecho gentil temer sino la culpa,
Nunca hará mi gloria firme o leve
Agena voz, que me descarga o culpa:
Que la verdad en tiempo luengo o breve
Parece, y la inocente alma disculpa;
Y si no pareciere, vela el Cielo
Sin amor o temor , envidia o celo.
Mas yo daré tal testimonio un día
Del generoso espíritu, que encierra.
Esta terrena y vil corteza mía,
Por cuya compañía peca y yerra,
Que sin temer región ardiente o fría
A vuelo me alzaré sobre la tierra:
Y debajo mis pies, viendo vencida
La fortuna, tendré segura vida.
Francisco de Figueroa