CANCIÓN III
Sale la Aurora de su fértil manto
Rosas suaves esparciendo y flores,
Pintando el cielo va de mil colores,
Y la tierra otro tanto,
Cuando la dulce pastorcilla mía,
Lumbre y gloria del día,
No sin astucia y arte,
De su dichoso alvergue alegre parte.
Pisada del gentil blanco pie, crece
La yerba, y nace en monte, en valle o llano
Cualquier planta, que toca con la mano,
Cualquier arbol florece:
Los vientos, si sobervios van soplando,
Con su vista amansando:
En la fresca ribera
Del río Tybre siéntase, y me espera.
Deja por la garganta cristalina
Suelto el oro, que encoge el sutil velo:
Arde de amor la tierra, el río, el cielo,
Y a sus ojos se inclina:
Ella de azules y purpureas rosas
Coge las más hermosas;
Y tendiendo su falda,
Teje de ellas después bella guirnalda.
En esto ve que el sol, dando a la Aurora
Licencia, muestra en la vecina cumbre
Del monte el rayo de su clara lumbre.
Que el mundo orna y colora:
Túrbase, y una vez arde y se aira,
Otra teme y suspira
Por mi luenga tardanza,
Y en mitad del temor cobra esperanza.
Yo, que estaba encubierto, los más raros
Milagros de fortuna y de amor viendo,
Y su amoroso corazón leyendo
Poco a poco en sus claros
Ojos (principio y fin de mi deseo)
Como turbar los veo,
Enojado conmigo,
Temblando ante ellos, me presento, y digo:
Rayos, oro, marfil, sol, lazos, vida
De mi vida y mi alma, y de mis ojos:
Pura frente, que estás de mis despojos
Más preciosos ceñida:
Ébano, nieve, púrpura y jazmines,
Ámbar, perlas, rubines,
Tanto vivo y respiro,
Cuanto sin miedo y sobresalto os miro.
Alza los ojos a mi voz, turbada
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Después comienza en son dulce y sabroso,
Y a su voz cesa el viento y para el río:
Dulce esperanza mía, dulce bien mío,
Fuente, sombra, reposo
De mi sedienta, ardiente y cansada alma:
Vista serena y calma,
Muera aquí, si más cara
No me eres, que los ojos de la cara.
Así dice ella, y nunca en tantos ñudos
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Canción, si alguno de saber procura
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Francisco de Figueroa